PRENSA

Por Carlos Ciappina*

“No es pues un problema de historiografía sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que esta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de Nación”. Arturo Jauretche.

¿Para qué sirve la Historia? ¿Qué hace un historiador/a?  ¡¿Cuántas veces hemos escuchado estas preguntas en las aulas y en los medios?!

Desde los tiempos remotos en que los seres humanos aún no escribían y se reunían a escuchar los relatos de las hazañas y sucesos de la tribu, pasando a la aparición del libro que universalizó los  saberes históricos  y la actualidad  en donde una  red universal virtual  nos pone en contacto con el pasado en tiempo real a quienes vivimos en  continentes separados por miles de kilómetros, la Historia ha sido no sólo un modo del saber –una Ciencia Humana o Social- sino una necesidad humana.

Todas las sociedades han tenido sus formas del saber histórico. Remontando sus orígenes a dioses o seres fabulosos o bien a héroes y heroínas, personajes mortales a los que han considerado importantes para conocer el origen de sus sociedades. Otras han buscado en las revoluciones sus orígenes y otras han preferido olvidarse de las revoluciones.

La Historia genera identidades colectivas, sentimientos de pertenencia, convicciones de formar parte de tradiciones y , por lo tanto de ciertas continuidades . También marca las rupturas.

Una sociedad sin Historia es como una persona que no sabe quién es. Una sociedad sin historia tendrá una identidad prestada y no propia. 

Pero claro, la Historia como toda actividad humana también es un campo de disputa. Un ámbito donde se define el pasado que queremos rescatar y, muchas veces, el modo más terrible de perder u desaparecer el pasado que queremos desdeñar.

La Historia tiene esa peculiaridad: Se pregunta por el pasado, pero lo hace desde las necesidades, los imperativos y los deseos del presente. Según que presente vivamos, serán las preguntas que le haremos al pasado. Una disciplina –la Historia- que mira hacia el pasado pensando en el hoy y teniendo, quizás, una imagen de cómo puede ser el futuro.

Y, claro, sin historiadores, no hay historia. Lejos de la caracterización de sentido común, les historiadores viven interpelados por el presente desde donde construyen el saber histórico. Saben que lo que sea que reconstruyan sobre los pasados, esto tendrá consecuencias sobre el presente. No hay ninguna inocencia en las búsquedas del historiador/a.

Tanto es así, que en nuestro país conmemoramos el día del historiador/a debido a un decreto  del Primer Triunvirato del 1 de julio de 1812, encomendado “se escriba la historia de nuestra feliz revolución para perpetuar la memoria de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud, y la época gloriosa de nuestra independencia civil, proporcionando un nuevo estímulo y la única recompensa que puede llenar las aspiraciones de las almas grandes”.

De modo que  la escritura de nuestra historia nacional surge con la necesidad de la Revolución de la Independencia. Había que iniciar la historia nacional y con apenas dos años de vida la Revolución se dio a la tarea de relatar los hechos sucedidos a partir de 1810.

Nuestra Historia como disciplina surge entonces por las urgencias de la política, por la necesidad de los revolucionarios de diferenciarse de España, contra  el absolutismo, contra  la explotación imperial. Es una Historia situada, una Historia para la liberación de los pueblos de las Provincias Unidas de la América del Sur.

¿Y quién será el primer historiador? Será el deán Funes, un religioso al que el Triunvirato le encarga la tarea. ¿Y qué hace el buen deán? Recopila documentos y  habla con los protagonistas, reconstruye los sucesos de la joven Revolución de Mayo  contra el poder absolutista español y escribe la primera obra historiográfica de nuestro país: “Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán”. 

El deán Funes es nuestro primer historiador y, como tal, no es independiente ni objetivo. Su Historia se escribe para apoyar la Revolución de Mayo, para oponer a la tiranía del Imperio español las luchas de los pueblos sudamericanos. El deán cree en la Revolución Independentista y por eso escribe. También será  –como muches otres después- periodista.   

A partir de allí  – de aquel lejano 1 de julio de 1812- toda la escritura de la Historia Nacional ha sido un campo de disputa. La disputa por una Historia para entender los cambios, para apoyar lo nuevo, para explicar las transformaciones y la memoria de los pueblos o una Historia para sostener el no-cambio, una historia de las elites, una historia escrita buscando anular la memoria de los pueblos.

*Profesor de Historia y director de la Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.  

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