PRENSA

Por Ana Negrete *

En 10 años hemos dicho muchas cosas sobre lo que significa y cómo hemos transitado la lucha por la ampliación de derechos en el colectivo LGBTI. No es la primera vez que me toca escribir sobre la Ley de Matrimonio Igualitario, aunque este año es la primera vez que escribo habiendo hecho uso de este derecho.

Lo menciono porque como bien decimos “lo personal es político” y siempre estos análisis están atravesados por la relación con lo contextual, con lo histórico, lo colectivo y lo personal.

En esta década celebramos y también resistimos. Fuimos protagonistas de un tiempo histórico donde la política nos interpeló a sumarnos a un Estado que ponía la igualdad en el centro de su concepción; y también vivimos un gobierno que consideraba que los derechos eran para pocxs, que el mérito individual era lo que garantizaba la posibilidad de acceder y que la diferencia no era una potencia sino una razón de exclusión y maltrato.

En este devenir pasaron muchas cosas, pero algunas fueron y siguen siendo perdurables e históricas: el Matrimonio Igualitario se hizo efectivo desde una estrategia colectiva de militancia y organización que recogió la historia de lucha de las organizaciones de derechos humanos, encontró en la voluntad política de un gobierno, una interlocución que lo hizo posible y por sobre todas las cosas se construyó en la calle. La disputa por la voz pública fue central, poniendo cuerpo, cabeza y corazón, dando la pelea por el sentido en una increíble desigualdad de condiciones a la que nos tiene acostumbradxs el mapa mediático autóctono.

Esa calle y esa disputa, lugares perdurables antes y después de la Ley, nos encontraron en estos últimos años abrazándonos en las luchas de lxs trabajadorxs, acompañando a las Madres y a las Abuelas contra el 2×1, en la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, en el grito colectivo cada vez que hubo un travesticidio o un femicidio.

Serviría muy poco un derecho para un colectivo sin un horizonte de articulación de derechos, sin un horizonte de posibilidades para todxs. Por eso es importante decir, en este sentido, que lo central es el concepto de igualdad.  No quiero creer que el reconocimiento de la diversidad sea una moda que entra en los parámetros de lo políticamente correcto, no quiero creer que la sororidad es una voluntad individual y neutral que no tiene que ver con proyectos y horizontes políticos.

En estos años hemos visto a quienes nos hambreaban y perseguían sacarse fotos con la bandera del orgullo o con el pañuelo verde, y es necesario reposicionar esa discusión en un entramado más complejo que diga que queremos derechos para todxs, que queremos la igualdad en el matrimonio, pero que la queremos con trabajo digno, con educación para todxs, con el cuidado del lugar donde vivimos, con soberanía alimentaria, con pleno acceso al sistema sanitario.

No queremos que ningunx pibx sufra por enunciar su sexualidad o su identidad de género, queremos que la escuela pueda nombrarle como desea, queremos que a todxs lxs pibxs se les reconozca la forma de familia que tienen y que todxs puedan soñar en casarse con quien amen, pero por sobre todas las cosas que todxs puedan vivir plenamente su vida.

A 10 años de la Ley de Matrimonio Igualitario, es necesario reponer el sentido de igualdad, que sea la brújula que nos mueva a transitar cada lucha, cada calle, cada palabra. Los derechos deben venir unos de la mano de otros. Cómo hace una década, pero cómo hace 75 años, queremos un Estado donde la igualdad sea el horizonte y la felicidad del pueblo el mayor de los sentidos. Porque conquistar derechos genera alegría ¡felices y luchados 10 años!

Ojalá en los próximos 10 estemos ratificando que esta Ley nos abrió camino para vivir en un país donde entramos todxs con nuestra hermosa y compleja diversidad.

*Docente y militante feminista.

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