9 de Julio de 1986

PRENSA

Por Carlos Raimundi*

El 9 de julio de 1816 formalizó nuestra independencia política de la corona española, pero no puso fin a la tensión histórica entre la formalidad de la independencia política y el colonialismo económico y cultural respecto de los imperios de turno.

En 1810, los episodios revolucionarios no implicaron únicamente la confrontación entre criollos y españoles, sino que pusieron en evidencia la profunda diferencia de modelos dentro del propio movimiento libertario. Los inspiradores de la Revolución como Moreno, Belgrano, Monteagudo y Castelli planteaban abrir el puerto de Buenos Aires a la actividad económica de productores, artesanos y comerciantes, mientras que el sector más conservador con el liderazgo militar de Saavedra, no pretendía cambiar el régimen monopólico del puerto de Buenos Aires, sino ser él quien lo administrara.

Ese litigio prefiguró las dos líneas de pensamiento y acción que marcarán toda la historia política de la Argentina: las oligarquías frente a las ideas antioligárquicas. Por eso, si bien 1816 formalizó la independencia política, no logró consolidar una hegemonía en términos de la disputa con los sectores oligárquicos, siempre permeables a la dominación económica de las metrópolis y portadoras de su mensaje cultural, de modo que los sucesivos gobiernos coloniales contaran con cierta legitimidad de una parte importante de nuestra sociedad.

La Asamblea de 1813, el Congreso de los Pueblos Libres convocado por Artigas en 1815, el Congreso de Tucumán de 1816, los proyectos de constitución de 1819 y 1826, dieron marco a la discusión por nuestra forma de gobierno. Denostado por el pensamiento colonial de la época y quienes luego escribieron la historia desde la perspectiva del poder, Belgrano propiciaba el nexo histórico con el último Inca, de modo de definir una forma de gobierno propia y no importada desde el paisaje europeo.

La Argentina de hoy, como lo muestra el gobierno que tenemos, no alcanzó todavía a consolidar definitivamente el proyecto popular, sino que se mantiene aquella tensión entre los proyectos populares con los gobiernos oligárquicos.

Una pregunta principal sería: ¿cómo lograron éstos legitimarse proviniendo de un sector minoritario? Porque aún hoy, una parte de nuestra sociedad no pondera la política desde su situación de pertenencia sino desde sus aspiraciones. No defiende sus intereses propios, sino que pretende ser como las clases dominantes. Se trata de una lógica aspiracional por sobre su sentido de pertenencia.

¿Se debe al monopolio de los medios de comunicación? Sí, pero no solo a eso. Esa estructura de propiedad y ese monopolio del mensaje se funda en una plataforma que expresa un pensamiento profundamente arraigado en vastos sectores sociales. Aquel pensamiento organizado por la historia oficial, establecido por el liberalismo oligárquico de la segunda mitad del siglo XIX, que asociaba la grandeza de la Nación a la prosperidad y la renta de su oligarquía latifundista, y que penetró en las aulas, en los manuales de historia, en los símbolos nacionales, en las fechas patrias. Y, fundamentalmente, manipulando la verdad histórica al despojar a nuestros grandes próceres de su toma de posición política. Hacer que la figura de San Martín tienda un manto de protección sobre todo el pueblo argentino, porque supuestamente nunca había entrado en la grieta que separa el modelo oligárquico del modelo popular. Cuando, en verdad, tanto él como Belgrano habían tomado profundo partido político e ideológico durante sus acciones cívicas y militares.

Finalmente, en este 9 de Julio vuelve a diferenciarse el pueblo de la oligarquía. Ésta, en silencio, sólo apoyada en los resortes de poder financiero, mediático y judicial. El Pueblo, celebrando en las calles, y presagiando que a corto plazo esa celebración se verá coronada con el retorno de un gobierno popular.

*Ex diputado nacional del Frente Para la Victoria y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

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