Cartel "La Educación no se vende, se defiende"

PRENSA

Por Cintia Rogovsky*

El fin de semana pasa demasiado rápido. Cuando cae la tarde del domingo, nos damos cuenta de que hemos estado muchas horas corrigiendo trabajos, preparando clases, intercambiando estrategias didácticas y planificando la semana con diversos colegas, leyendo avances de algunos trabajos de integración final (TIF) de estudiantes que están cercanos a su graduación, distrayéndonos con alguna lectura que nos sorprende, una autora o autor que despierta nuestra curiosidad, y aun así, siempre quedan demasiadas cosas pendientes.

El lunes amanece lluvioso en la capital provincial, sede de nuestra querida Universidad Nacional de La Plata en la que, según los números oficiales de la SPU de 2015, unos 15. 980 trabajadores y trabajadoras docentes desarrollamos nuestra tarea junto a unos 105 mil estudiantes de grado y pre grado. Lluvioso y también algo triste para muchas y muchos de quienes elegimos la enseñanza, en un  escenario donde la propuesta político pedagógica, enunciada oportunamente por el ex ministro de educación nacional y actual senador por la provincia de Buenos Aires, Esteban Bullrich, ha sido exitosa: el conjunto de la comunidad educativa transita una incertidumbre sin antecedentes.

A la vez, tratamos de no detenernos en ciertas cuentas porque si calculamos lo que estamos cobrando por hora, o lo que gastamos en libros, o lo que cuesta participar en un congreso para estar medianamente actualizadas y actualizados, posiblemente bajaríamos los brazos.

Dicho sea de paso, la industria cultural argentina también ha sido puesta en crisis, y la editorial en particular, de una manera violenta. A pesar de los enormes esfuerzos de las editoriales universitarias y las pequeñas editoriales, el mundo del libro acusa recibo de las heridas que el modelo económico neoliberal le está causando. Por supuesto que esto tiene consecuencias directas en las aulas, en  la calidad de nuestra formación y nuestro trabajo diario. Ni qué decir de las afectaciones que en nuestros cuerpos, pero sobre todo en los cuerpos de nuestros alumnos y alumnas, está teniendo el proyecto- incertidumbre del gobierno actual.

El día termina tarde, después de una reunión de cátedra donde, además de discutir cuestiones epistemológicas y didácticas, hacemos catarsis, intercambiamos lecturas, ideas, agendas de trabajo. Desesperamos y nos esperanzamos a la vez, e intentamos hacer de esta contradicción saberes colectivos. Cada semana se nos acerca algún estudiante para contarnos la causa de sus ausencias reiteradas, las razones de su concurrencia a clase con su hijo o hija pequeño/a, las dificultades para pagar el transporte y los apuntes, pero también para formularnos alguna pregunta, plantearnos alguna crítica, expresar una demanda, pedirnos alguna recomendación, ayudarnos a pensar  y a pensarnos, ya sea en la especificidad de nuestra materia o también como comunidad.

Cuando el pedagogo Carlos Alberto Torres habla de la tensión entre la utopía y el mercado, no solo está enunciando los grandes componentes antagónicos de los modelos político-pedagógicos en pugna, también se está refiriendo a estos detalles, a estas miles de cuestiones que configuran la práctica cotidiana en el ejercicio de la docencia.

Me atrevo a pensar que en estas pinceladas desordenadas posiblemente se encuentren algunos y algunas de los 193 mil docentes universitarios del país, o del millón de trabajadores del sistema formal de la educación obligatoria que mañana celebramos nuestro día, el Día del Maestro y la Maestra algunos, el Día del Docente Universitario, otros y otras.

¿Desde dónde nos sostenemos? No lo sé. Posiblemente existan muchas motivaciones, posicionamientos políticos, versiones y subjetividades docentes. Sin embargo, si puedo elegir a quien hablarle aquí, con quien me hace sentido la idea de celebrar esta fecha, sin duda es con quienes asumimos la tarea desde el “amor armado” del que hablaba Paulo Freire en su Cuarta Carta de las “Cartas a quien pretende enseñar”. Pretensión condenada en cierta forma al fracaso, sabemos, la enseñanza, como el  gobernar y el psicoanálisis, son actividades imposibles y siempre incompletas.

Pero, así  y todo, en la Universidad Nacional de La Plata, como en  miles de escuelas, en el conjunto de universidades nacionales, en muchos espacios de educación popular, estamos defendiendo el derecho a la educación pública, gratuita y de calidad, y esa defensa nos exige anunciar, denunciar; nos exige valentía para amar, y para hacerlo incluso desde el miedo que nos imponen el poder y el no saber si nuestros estudiantes o nosotros mismos  podremos poner el pan en la mesa de nuestras familias, si tendremos que elegir entre pagar las tarifas o comer.

Nos exige también autocrítica, y revisión de ciertas prácticas académicas, nos exige repensarnos como trabajadoras y trabajadores y hacerlo en nuestras reales y  complejas condiciones de producción y en relación con el conjunto de la comunidad.

Sin embargo, y aun a riesgo de contradecirme más, creo que tenemos mucho para celebrar en este nuestro día. Celebrarlo ratificando la defensa de nuestras leyes, que establecen que la educación superior es un bien social y no una mercancía, como se estableció en Cartagena, Colombia, en 2008, y se ratificó este año en la Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe (CRES) en Córdoba, Argentina.  Celebrarlo junto al conjunto de las y los trabajadores, a nuestras comunidades, sobre todo, a las que están sufriendo más el ajuste y la exclusión. Celebrarlo recuperando las huellas de nuestras mejores tradiciones latinoamericanas emancipadoras, democráticas, inclusivas: desde Martí a Simón Rodríguez, la Reforma del 18, la gratuidad universitaria del peronismo.

Recuperarlas y contarlas en gramáticas de lenguajes inclusivos en construcción, que nos permitan alojar, reconocer  y nombrar en varias lenguas y con los léxicos que necesitemos crear o recrear para reconocer la otredad, la necesidad de lo múltiple, de la humanización de los vínculos, de producir conocimientos que recuperen la memoria histórica y al mismo tiempo, contribuyan a una prospectiva que habilite a intervenir en el planeta, en una agenda educativa y científica que incorpore lo ambiental transversalmente y como urgencia así como todo el enorme aprendizaje que hemos venido haciendo en pos de mejorar la educación.

Celebrar que la mayoría de la sociedad nos apoya y nos acompaña en esta defensa, en esta lucha, porque lo que está en juego es mucho más que una disputa coyuntural por salarios, o una discusión por reformas curriculares, ni siquiera por políticas públicas exclusivamente. Lo que estamos discutiendo, con humildad, pero también con la potencia de nuestras convicciones, de esa erótica de la enseñanza que nos atraviesa y nos posiciona en el mundo, es el tipo de humanidad que soñamos, es el horizonte político que imaginamos para nuestros pueblos latinoamericanos, es la tenacidad de demandar a nuestra democracia que se radicalice y que radicalice la comunicación democrática a fin de que podamos encarnar el supuesto de que, incluso dentro de los límites del capitalismo y el mundo globalizado, humillado por la injusticia que crea el poder de las corporaciones y el neoliberalismo, aun así existe la posibilidad de construir alternativas. Celebramos que la educación universitaria pueda aportar de manera estratégica  y desde un enfoque multidimensional de la ciencia, la tecnología y la innovación productiva a mejorar la vida de los pueblos.

Con estas líneas apuradas y desprolijas surgidas al final de una larga jornada, espero poder abrazarme fraternalmente y celebrar con las compañeras y compañeros nuestro Día del Docente Universitario.

*Docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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