PRENSA

Por Sebastián Novomisky*

Según la resolución 60/7 de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el 27 de enero de cada año se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

La fecha se debe a la liberación, por parte del ejército soviético en 1945, del mayor campo de concentración de exterminio nazi que existió, situado en Auschwithz-Birkenau en Polonia.

Desde su apertura en 1940, murieron asesinadas 2 millones de personas en un procedimiento que, llevando a su extremo la racionalidad moderna, construyó una máquina de muerte tan eficiente como macabra.

Situado a unos 40 kilómetros de Cracovia, llegaron durante años todas aquellas minorías que el nazismo definió como razas inferiores junto prisioneros de guerra, quienes eran obligados a trabajar para el régimen de Hitler. De hecho, en la puerta de entrada la inscripción principal reza irónicamente «Arbeit macht frei», «el trabajo hace libre».

En 1979 el lugar que fue la tumba de muchos inocentes fue declarado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y, como explicó el propio Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, al nombrar el Día Internacional, se trata de «un importante recordatorio de las enseñanzas universales del Holocausto, atrocidad sin igual que no podemos simplemente relegar al pasado y olvidar».

Sabemos que recordar la historia es necesario para no volver a cometer los mismos errores. En un país como el nuestro donde detuvieron, torturaron y desaparecieron a 30.000 personas solo por el hecho de pensar distinto y luchar por un mundo más justo, la Shoa, el Holocausto, es una fecha que necesitamos recordar para seguir pidiendo firmes, memoria, verdad y justicia. Pilares que hoy volvemos a ver tambalear y que la experiencia debe convencernos de que no pueden ser dejados de lado.

  • Director del Profesorado en Comunicación Social y profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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