Estamos en un mundo globalizado, gobernado por un capitalismo desregulado, donde la violencia en sus diferentes formas y modalidades se despliega en más y más territorios, parecen abarcarlo todo. Violencias que obligan a miles a migrar en condiciones de precariedad total y a morir en el intento de sobrevivir, violencias que se expresan en violaciones masivas, en infibulaciones, en lapidaciones, en una crueldad cada vez más voraz y arrasadora.
Nuestra región está viviendo otra vez la violencia que creíamos haber superado, la que viene desde el Estado como en Chile, Colombia y Ecuador, la que es orquestada por golpes de la derecha rancia, con un racismo colonial de siglos, como en Bolivia, o bien la que se esconde detrás de la palabra divina como en Brasil, todas ellas con virulencia misógina y clasista. Todas ellas amparada y alentadas por el imperio que siempre encuentra cipayos y cipayas para llevar adelante sus metas.
Es preciso que comencemos en este 25 de noviembre por este raconto de acontecimientos que enlutan nuestras cotidianidades, porque no nos podemos pensar por fuera de ellos. Esta fecha es conmemorada en homenaje a las hermanas Mirabal, Minerva, Patria y María Teresa, así se llamaban, nacieron en la República Dominicana, sus vidas se truncaron cuando fueron asesinadas por la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Ellas militaban por la libertad, hoy sus vidas y sus trágicas muertes nos recuerdan el terror de las dictaduras y la resistencia de las mujeres ante todo tipo de violencias.
Hemos realizado desde el feminismo numerosos aprendizajes en nuestra América profunda. Uno de ellos es el que mencionamos en el párrafo anterior, en toda situación de violencia hay resistencias, sólo hace falta acercarse a la información que nos llegan de manera errática por las redes sociales o los medios comunitarios, alternativos y populares, ya que los medios hegemónicos han definido la estrategia del silenciamiento y el encubrimiento.
En nuestras retinas quedan fijadas las imágenes de las mujeres campesinas, de las cholas del alto, de las fotógrafas, artistas, cantantes, de las amas de casa, de todas las que definieron que la calle es un territorio de disputa para lograr el objetivo del regreso de los gobiernos democráticos y populares que pongan fin a tanto privilegio desmesurado y a tanta atrocidad planificada.
También en esta fecha debemos hacer un ejercicio de memoria. Recordar que cada año, femicidas matan en nuestro país entre 250 y 300 mujeres, niñas, lesbianas, travestis y trans. En la mayoría de los casos se trata de personas conocidas por las víctimas.
No se nos puede escapar tampoco que en el día de mañana se cumplen 2 años y 4 meses que Johana Ramallo salió de su casa para no regresar, y que quienes cegaron su vida, miembros de una red de trata, gozan de la impunidad del Estado.
Cómo hacer para detener tanta violencia. Está en principio la obligación del Estado a través de sus políticas públicas, una cuestión tan imperiosa y urgente como olvidada en los años neoliberales. Por otra parte esta la necesidad que como sociedad enfrentemos este gravísimo problema de derechos humanos, nos decidamos a desenmarañar la producción simbólica del patriarcado que sostiene los estatus y jerarquías que alimentan la violencia, y también a los miedos que operan ante quienes la ejercen, para apostar por una vida digna de ser vivida.
Secretaría de Género de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.