DERECHOS HUMANOS

Graciela Sartal, Egresada de la Facultad de Periodismo de la UNLP detenida desaparecida.

Por Diego Huguenet*

El ejercicio de la memoria es una de las mayores responsabilidades que tienen los pueblos. La memoria no consiste en la recuperación del pasado como algo estático, sino que ese pasado debe hacerse presente a través de la interpretación que hagan de él los pueblos. Adolfo Pérez Esquivel expresó hace algunos años que “Un pueblo sin memoria, está condenado a ser dominado”, esta expresión y sus variantes es tan categórica como compleja de abordar. ¿Qué es la memoria? ¿Quiénes son los responsables de recuperarla e interpretarla? ¿Quiénes y de qué manera ejercerían el dominio de los pueblos?

No es la idea de este artículo responder los interrogantes antes mencionados, pero sí es la intención de estas líneas recuperar, los vestigios de un pasado cercano que aún hoy mantiene heridas abiertas. El terrorismo de Estado que estuvo presente en nuestro país desde la creación de la Triple A y en la dictadura cívico militar iniciada en 1976 dejó un saldo que se estima en más de 30.000 personas que sufrieron el asesinato, la detención ilegal y desaparición forzada.

Los 30.000 detenides desaparecides conforman en sí mismo un colectivo de personas que deben ser reivindicadas no solo como víctimas del Terrorismo de Estado, sino que también deben ser rescatadas como luchadores sociales que desde la multiplicidad del abanico ideológico lucharon por una Patria justa, libre y soberana.

La consigna de Memoria, Verdad y Justicia no sólo busca recuperar el recuerdo del conjunto de los 30.000 detenidos desaparecidos, sino que también pretende recuperar la historia y la búsqueda de justicia de cada una de las víctimas del Terrorismo de Estado. Es por eso, que desde hace muchos años investigadores, comunicadores, trabajadores y luchadores sociales trabajan incansablemente por la recuperación de la historia de cada uno de los detenidos desaparecidos. Desde instituciones y desde iniciativas personales, se crearon bases de datos, en constante crecimiento, que cuentan con la información de miles de personas que por sus actividades gremiales, políticas o militantes sufrieron el secuestro, la desaparición y la muerte.

En línea con la recuperación de la historia personal de cada une de los 30.000 detenides desaparecides, es la idea de este artículo reivindicar la vida de Graciela Lidia Sartal, egresada en 1971 de Periodismo de la UNLP.

Graciela nació el 3 de junio de 1951 en Villa Domínico, partido de Avellaneda en donde transcurrió toda su vida hasta el 29 de julio de 1976 cuando junto con toda su familia fue arrancada del hogar para ser llevados a la Esma.

Los Sartal trabajaron toda la vida para poder garantizarles a Graciela y a su hermana una educación pública de calidad. Graciela cursó sus estudios primarios en la escuela número 43 de Villa Domínico y la escuela secundaria en la Escuela Normal Superior Próspero Alemandri (Enspa) de Avellaneda, donde se recibió en el año 1968 de Maestra Normal. A partir de ese momento, se dedicó a trabajar en educación, ya sea como maestra primaria como maestra jardinera, también enseñó danzas folclóricas.

Probablemente por su avidez de lectura y por la necesidad de comunicarse con los otros, la llevó a la Universidad Nacional de La Plata para estudiar Ciencias de la Información. Durante tres años el tren Roca la llevó a la ciudad de las diagonales. Entre los libros que fueron suyos y que heredó su sobrino se encuentran nada menos que Sexus, Plexus y Nexus (La Crucifixión Rosada) de Henry Miller.

Evidentemente, Graciela fue una mujer con muchas inquietudes y con una terrible necesidad de conocimiento. Una vez que egresó de la Facultad de Periodismo, carrera que lamentablemente no ejerció, se encaminó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para estudiar Historia. En esa facultad conoció a quien luego sería su compañero, Pedro Haroldo Tabachi, que estudiaba Historia y que también fue detenido desaparecido en 1977.

No queda claro a partir de qué momento, pero sí existe la certeza de que para 1975 Graciela formaba parte de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y probablemente tendría alguna presencia en los barrios más humildes de Avellaneda, según testimonio de una antigua compañera.

Las décadas del ´60 y del ´70 estuvieron marcadas por una gran pasión política y grandes procesos sociales, la Revolución Cubana fue un ejemplo de lucha, y el Hombre Nuevo era el camino a seguir, esto Graciela lo sabía, y también sabía que la solidaridad se llevaba hasta las últimas consecuencias, es por eso que un día no dudó en llevar a su casa familiar a un chico en situación de calle. Lo vistió, lo alimentó y lo convirtió durante un tiempo en un integrante más de la familia, hasta poder conseguirle un hogar donde vivir. Gracias al testimonio de su hermana, sabemos que durante mucho tiempo, la familia iba a visitarlo todos los fines de semana.

Para 1976 la Familia Sartal conformada por Héctor, Edith, Graciela y Miriam. Tenían un almacén sobre la calle San Vicente, y a cincuenta metros se encontraba la casa familiar. Miriam estaba próxima a terminar su escuela secundaria y Graciela estudiaba, militaba y trabajaba en el Jardín de Infantes Municipal Número 9 “Carlos Guido Spano”, ubicado en Villa Domínico. Los tiempos habían cambiado y desde el 24 de marzo, el desarrollo de la vida cotidiana no era el mismo para nadie.

La noche del 29 de julio de 1976, un grupo de tareas se hizo presente en la casa de los Sartal. Toda la familia fue secuestrada y trasladada a la Escuela de Mecánica de la Armada.

Diez días duró el cautiverio de Edith y de Miriam, ambas fueron liberadas por separado en la zona de Barracas. El cuerpo de Héctor fue hallado sin vida en las cercanías del Hospital Moyano. Graciela aún continúa desaparecida, tenía 25 años.

Mucho tiempo ha pasado desde que la familia estuvo reunida por última vez, muchos años han pasado desde que Edith y Miriam radicaron la denuncia por la desaparición de Graciela, pero la memoria no entiende tiempos lejanos. La memoria es un ejercicio del presente y cotidiano, donde todos los actores sociales tenemos parte de la responsabilidad para mantenerla viva.  Un conjunto de buenas voluntades, particularmente la de Miriam Sartal y la de su hijo Matías Ferrari, permitieron que desde hace un tiempo el nombre de Graciela Sartal se hiciera público y surgieran los reconocimientos por parte de las instituciones. Hoy existe una calle de Avellaneda que lleva su nombre, la Universidad Nacional de La Plata encontró su legajo y prepara su restitución.

Para sus familiares, los desaparecidos son un conjunto de cartas, libros, discos y recuerdos. Para aquellos que no los conocimos, pero sabemos quiénes son, los desaparecidos son nombre y apellido, son relatos vivos y son fotos, en general son sepia o blanco y negro. De Graciela yo tengo varias fotos, pero elijo una. Ella sonríe, está vestida de maestra, delantal blanco sonrisa eterna, cabello oscuro y suelto, lapicera en mano, mejillas con hoyuelos. No estoy seguro de por qué la elijo, será por la sonrisa, será por la profundidad de la mirada, no lo sé. Probablemente es la forma en que elijo eternizarla, reivindicarla. Este año se cumplen 44 años de su secuestro, pero no conmemoramos su ausencia. Reivindicamos su presente, su legado y su lucha. Hoy Graciela Sartal es memoria y por ella seguimos pidiendo Verdad y Justicia. Por ella y por los demás (con puño cerrado o dedos en Ve) seguimos gritando: 30.000 compañeros detenidos desaparecidos, PRESENTE, ahora y SIEMPRE.

*Profesor de Historia, miembro de la Asociación de Historia Oral y de la Junta de Estudios Históricos del Partido de Avellaneda.

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