Por Lía Gómez*
“Si la palabra sola es imponente, la acción sola es estéril
La imagen del futuro se engendra entre las dos”
En tiempos de aislamiento preventivo obligatorio, se torna necesario volver a pensar la comunicación y sus lenguajes en todas sus formas posibles, escapando a las múltiples visiones y teorías que conspiran con la denuncia de la manipulación.
El aislamiento supone un estado de excepción que nos propone un tiempo y un espacio acotado para nuestros quehaceres cotidianos en la estructura arquitectónica de nuestras casas (desiguales en la geografía de las ciudades, urbanas y rurales, céntricas y periféricas). Es desde esa sensación de pertenencia que habitamos la cuarentena con las herramientas posibles. Pero es también, desde esa mirada del hogar como desdibujado en su estructura temporal y espacial, que generamos otras actividades varias a través de las tecnologías. Primo Levi nos indica “Vivo en mi casa como lo hago dentro de mi piel: sé de pieles más hermosas, más amplias, más resistentes, más pintorescas, pero no me parecería natural cambiarlas por la mía”.
Millones de personas conectadas a la web para múltiples tareas cotidianas, desde la educación, el teletrabajo, las obligaciones ciudadanas posibles en la red, así como el esparcimiento a través de recitales online, obras de teatro liberadas, cine por streaming, libros de acceso abierto, y tantas otras.
Pero también, hay otros/as millones de ciudadanos/as con la imposibilidad de conectarse, o de conectarse muy poco a través del sistema de datos de sus teléfonos celulares, por las desigualdades socioculturales en torno al acceso a la comunicación como derecho, e incluso zonas completamente por fuera del circuito de banda ancha.
Los derechos como ciudadanos y ciudadanas también están puestos en cuestión en esta situación de pandemia.
El derecho a circular libremente y el derecho a la salud, está claro.
El derecho al trabajo, algunos/as tenemos el privilegio de poder transitar el teletrabajo (aún con todas las dificultades que genera, cuestión no menor), pero otros/as ni siquiera tienen esa posibilidad. Por eso las políticas públicas por garantizar la remuneración a los/as trabajadores/as informales en muchos casos, pero también la tensión de las identidades sujetas al trabajo como estructuración de la vida cotidiana.
El derecho a la educación, preocupación de todas las entidades educativas que readaptaron su estructura para garantizar los contenidos mínimos en todos los niveles; incluso sacando un cuadernillo en papel para aquellos y aquellas que no tengan acceso a la conexión.
El derecho al ocio, que para muchos/as de nosotros/as es posible gracias a los consumos culturales a través de internet, pero para otros/as es más difícil por los condicionamientos a los espacios públicos como plazas y calles.
Dice Andreas Huyssen: “Aunque los medios de comunicación y el consumismo pueden extenderse por todo el mundo, si bien con diferentes intensidades y un acceso muy divergente, los imaginarios que producen no son en absolutos homogéneos”. Tampoco lo son en un mismo territorio geográfica y económicamente delimitado (si pudiéramos definirlo así).
El lugar del Estado como vemos cotidianamente, está siendo resignificado en este contexto. Ya no es más Europa, sino Francia, Italia, España, ni siquiera es América Latina, sino Brasil, Uruguay, Argentina. Casi como un juego de TEG asistimos a cuántos países son tomados y de qué modo por el virus como un objeto amorfo y extraño. Pareciera competirse por la imagen de un Estado protector, salvaguarda de las vidas humanas, que reconstruye en el mejor de los casos, un sistema de salud, apropiado por lógicas del capitalismo tan cuestionado.
Ahora bien, el capitalismo tampoco es igual y homogéneo, ni aún siquiera en la “captura de la subjetividad” que muchos/as teóricos/as propician como crisis de este tiempo. La subjetividad es histórica, como también la nominación del concepto, como lo son las condiciones culturales de un pueblo u otro.
Pensar la comunicación en este contexto pareciera algo menor en relación a la enorme tarea de los y las trabajadoras de la salud, de garantizar los servicios esenciales básicos para los más necesitados, de proteger a los y las empleadas de supermercados, farmacias, deliverys, fuerzas de seguridad, etc. Sin embargo, la comunicabilidad pareciera ser un asunto central de esta coyuntura, en función de una infodemia posible, pero también de garantizar uno de los derechos esenciales que ganó la clase trabajadora en sus luchas obreras: el derecho al ocio como garantía de su bienestar.
La sensibilidad como condición de la comunicación humana también es necesaria de ser analizada en este contexto comunicacional, donde el acceso a las tecnologías no resulta solo un peligro de hiperconectividad, sino más bien un privilegio como condición de acceso a derechos posibles. La radio no habla con la voz de Hitler.
La igualdad (en el acceso a los derechos), la fraternidad (podríamos enunciarla ahora como la solidaridad) y la libertad (no solo circulatoria sino también imaginaria) son principios de la modernidad, que quizás vuelven a ser necesarios de ser pensados en un nuevo contexto donde lo posmoderno se está volviendo liquido.
*Secretaria de Posgrado y docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP