PRENSA

Por Claudio Panella*

La figura de Manuel Belgrano, de quien hoy se cumplen 250 años de su nacimiento, es recordada por los manuales escolares –y con razón- como el creador de la bandera patria e integrante de la Primera Junta de Gobierno, quien junto con José de San Martín forma la mínima lista de próceres nacionales indiscutidos. Pero Belgrano fue un hombre polifacético: político revolucionario, militar por obligación patriótica, pensador y difusor de ideas económicas. A continuación, una exposición sucinta sobre este último aspecto de su vida pública.

Nacido en Buenos Aires, estudió primero en el Real Colegio de San Carlos y luego en España, en las universidades de Salamanca y Valladolid, donde se graduó de abogado. Después se trasladó a Madrid, donde se interesó en derecho público y economía política, de allí que tomó contacto con las ideas de los economistas españoles Pedro Rodríguez de Campomanes y Gaspar de Jovellanos y los extranjeros François Quesnay, Adam Smith, Antonio Genovesi, Chomel Noel y Ferdinando Gallani.

De regreso a su ciudad natal, fue nombrado por el rey Carlos IV como Secretario del Consulado de Buenos Aires, institución creada en 1794 que tenía el carácter de Junta Económica para el fomento de la agricultura, la industria y el comercio. Ocupó el cargo hasta abril de 1810, años en los que abogó por el desarrollo de la agricultura y la libertad de comercio, pero también por la navegación –creó una Escuela de Náutica-, la introducción de nuevas industrias y cultivos, la forestación y el mejoramiento y construcción de caminos. Su pensamiento económico lo dio a conocer a través de las Memorias del Consulado y del periódico Correo de Comercio (1810-1811), creado y dirigido por él. Sus ideas más consecuentes en materia económica fueron la importancia que adjudicó a la agricultura por un lado y al libre comercio por el otro

Para Belgrano, la agricultura era “el verdadero destino del hombre”, de allí que “toda prosperidad que no está fundada en la agricultura es precaria; tota riqueza que no tiene su origen en el suelo es incierta”. Por ello proponía la enseñanza de técnicas de cultivo, la entrega de herramientas y crédito para los agricultores y, fundamentalmente, de que la tierra sea para quien la trabaje: “Es muy sabido –decía- que no ha habido quien piense en la felicidad del género humano que no haya traído a consideración la importancia de que todo hombre sea un propietario para que se valga a sí mismo y a la sociedad”, por lo que “se ha declamado tan altamente a fin de que las propiedades no recaigan en pocas manos”.

Con relación a la libertad de comercio, Belgrano la entendía como esencial para el progreso, aunque vivía en una región donde imperaba el monopolio, esto es el sistema que obligaba a comerciar con España sin poder hacerlo directamente con países extranjeros. De allí su propuesta de que “no se impida el comercio exterior de los frutos porque según es la extracción así es la reproducción y el aumento de la agricultura”. Y también de que “se dé entera libertad al comercio pues la policía del comercio interior y exterior más segura, exacta y provechosa a la Nación y al Estado consiste en la plena libertad de concurrencia”.

Estas ideas fructificaron con la Revolución de Mayo, cuando caducó el sistema monopólico, aunque no dieron todos los resultados esperados, pues mientras la libertad de comercio inaugurada en 1810 –que en los hechos fue comercio con Gran Bretaña- benefició a Buenos Aires, poseedora del único puerto habilitado para el intercambio de ultramar, perjudicó a las provincias del interior, cuyas producciones no pudieron soportar la competencia de los artículos extranjeros. Obvio es señalar que Belgrano no estuvo al frente de la conducción económica, sino muy ocupado cumpliendo una intensa labor en las guerras por la independencia nacional hasta su fallecimiento en 1820.

*Docente e investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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