PRENSA

Por Ana Amelia Negrete *

El 17 de noviembre de 1972 volvía a nuestro país, después de un exilio de 17 años,  Juan Domingo Perón. Diecisiete años en los que el movimiento político y social más importante de nuestra historia sufrió persecución, proscripción y muerte.

Muchas veces hablar de militancia política es enunciarse a contramano de discursos hegemónicos que intentan alejar a quienes sufren las desigualdades y las injusticias de la única herramienta que puede transformar su situación de vida (individual y colectivamente).

Desde marzo de este año nuestro país vive una situación singular determinada por una pandemia mundial, y es insoslayable mencionarlo un día como hoy, teniendo en cuenta que en nuestra ciudad la militancia organizada es quien ha cuidado de la vida y de la salud de los vecinos y las vecinas, y ha evitado que las consecuencias de esta situación sean más terribles.

Vivimos en una ciudad en la cual el Intendente hizo campaña electoral diciendo que no le importaba la militancia de nadie sino que gobernaría para todos, sabiendo perfectamente que no es lo mismo vivir en 7 y 50 que en Abasto o en El Peligro, y que no es lo mismo poder trabajar teniendo un sueldo en blanco y con aportes que en una cooperativa de barrido de la Municipalidad, sabiendo por sobre todas las cosas que la desigualdad se transforma con decisión política de redistribución, algo que él y el proyecto que encarna no están dispuestos a generar.

La pandemia puso en evidencia las desigualdades en las que viven muchísimos/as/es ciudadanos/as/es, y fue la comunidad organizada que se arremangó, como tantas otras veces en la historia, para acercar un plato de comida a quienes no lo tenían, fue la militancia de la  universidad y de la ciencia (porque allí también se milita) que se organizó para vacunar a todas y cada una de las personas que lo necesitaran y fue esa misma militancia que acompañó a trabajadores y trabajadoras de la educación en el reparto de módulos de alimentos y cuadernillos para los pibes y las pibas que lo necesitaban.

Aunque ciertos discursos quieran asociar la militancia a privilegios y a intereses individuales, militar es sabernos parte de un nosotros/as/es que cambia la comodidad del sillón por la calle, que cambia horas de familia y tiempo libre por preocupaciones colectivas, que encuentra en ese entramado de construcción un sentido de vida.

A pocos días de la muerte del compañero Víctor Basterra es posible decir que la militancia política y solidaria, en los momentos donde parece no haber salida, es la que siembra la luz de las posibilidades y de la vida.

En tiempos donde los discursos de la antipolítica construyen adeptos/as, es necesario que nosotros y nosotras, a quienes nos late fuerte el corazón cuando reconocemos una injusticia, quienes soñamos que la igualdad es un horizonte posible, reivindiquemos la militancia como forma de vida. Tengamos la certeza que esa energía de construcción colectiva, asociada a la voluntad del Estado, es lo que hace que a las personas les cambie la vida (para bien).

Hoy, cuando esta nota esté publicada muchos y muchas estaremos siendo parte de la Caravana que llegará al Congreso de la Nación apoyando la sanción de la Ley de Aporte Extraordinario de las Grandes Fortunas, y otras leyes en favor de las mayorías, como así también promoviendo que se presente la Ley de ILE para que muchas mujeres y personas gestantes puedan decidir sobre sus cuerpos y se eviten muertes injustas.

Así celebraremos entre compañeros y compañeras este día. Porque al final de cuentas, los y las militantes el día de la Militancia, como todos los días, militamos para hacer que lo imposible se vuelva inevitable.

*Docente y militante feminista.

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