PRENSA

Por Flavio Rapisardi*

No llevamos la muerte en la sangre ni en los genitales. Las treinta y cinco millones de muertes por enfermedades relacionadas con el vih y sida (así, en minúsculas y separado porque no hay tremendismo ni son lo mismo) son tan evitables como el prejuicio, el marcaje y la discriminación que son tan asesinas como el silencio. “El silencio es muerte” supo gritar ACT UP durante el gobierno neoconservador de Ronald Reagan, porque el poder de la negación sobre una vida hace estragos, como lo hizo en sus comienzos un virus que pegó fuerte en las comunidades sexo genéricas diversas, migrantes y pobres, para luego extenderse hacia las mujeres y las regiones pobres del mundo: una biopolítica y una geopolítica que fue utilizada para seguir abyectando poblaciones y continentes, para seguir justificando ajustes en salud y políticas sociales y continuar con repartos del poder mundial paterno/materno-imperialistas.

Las lógicas del vih y del sida fueron cambiando con el tiempo. Cuando a mediados de los 90 se crearon los “inhibidores de proteasas” (lo que evita la multiplicación del virus), el vih tuvo su primera encerrona que se sigue reforzando con nuevas medicaciones mientras esperamos una vacuna sobre la que no tenemos la suerte del interés comercial de farmacéuticas, político multilaterales y humanos de los gobiernos que si  ponen en otras vacunas ¿Nadie se preguntó por qué durante décadas no surgió una vacuna? Ensayen respuestas por un horizonte que nada tiene que ver con las posibilidades de muertes (treinta y cinco millones ya es una cifra mayor a la de pandemias), sino con prejuicios que creemos derrotados, tabúes que consideramos arqueológicos, prácticas de discriminación tan actuales, aunque transformadas, como en los años 80.

Es en esta marco parece mentira que nuestros/as/es legisladores/as todavía no hayan sancionado una nueva ley de sida que incluya demandas históricas de nuestros colectivos como ser jubilación anticipada, tratamiento integral y la inclusión del paradigma de los derechos humanos que supere la mirada biomédica que sostiene la Ley 23.798 aún vigente. Si bien el vih se puede “cronificar”, los tratamientos producen efectos como el acortamiento en la esperanza de vida en un promedio de cinco años; el tratamiento para niños y niñas no puede ser igual al de jóvenes y adultos/as/es; porque las mujeres con vih y sida sufren violencia obstétrica; porque se debe declarar de interés la investigación y el desarrollo de fármacos y tecnologías y porque nuestra participación como colectivos involucrados debe ser política pública de un Estado participativo con equidad y justicia social.

¡No hay tiempo! venimos diciendo ¿Por qué? Porque estamos muriendo por enfermedades relacionadas que le dan al del vih y al sida una letalidad que comprobamos tristemente en amiguos/as/es y compañeros/as/es que se nos van y que ni como cristiano puede saludar, porque el Dios en que yo creo es de vida y vida en abundancia. Desde que se presento el primer proyecto de modificación de la ley caduca todavía vigente murieron en nuestro país diez mil personas, diez mil historias, diez mil nombres que les recordaremos a nuestros/as/es legisladores cada día que pase y el número crezca.

#NoHayTiempo

#NuevaLeyYa

*Doctor en Comunicación y profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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