PRENSA

Por Guillermo Agustín Clarke*

La sudestada es un viento frío y húmedo que cala en los huesos y hace maldecir al invierno en la región rioplatense de la Argentina. Es 1 de julio de 1974 y la noticia explota en la tarde gris como una llovizna larga y persistente, la información se pasa de boca en boca entre desconocidos, en voz baja aprendida en los veinte años anteriores, se susurra y se mira a los ojos del interlocutor ocasional, reconociendo el brillo húmedo que se escarcha en la inmensidad de la intemperie.

Ese frío que atravesaba la ropa y la piel parecía lo único cierto y definitivo en ese presente de luto en el que la memoria y el porvenir parecían haberse desacoplado. En ese instante largo, Rodolfo Walsh escribía la bajada de tapa de Noticias, “El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos treinta años, murió ayer a las 13:15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional”

La primera plana del diario Noticias, llevaba un titular de un solo vocablo que ocupaba toda una mitad de la página en caracteres de un grueso negro, que conjugaba con la cinta de luto en su extremo superior izquierdo: DOLOR.

La sobriedad de las líneas de Walsh, referían sobre todo al sentimiento de millones, al llanto de todos y todas, a las luchas y al final de un tiempo iniciado tres décadas atrás. No sólo el luto impedía preguntarse por el día después, por el lugar de las esperanzas de un pueblo, por los años de resistencia; era ese presente glacial el que anunciaba que el puente dónde la historia y el futuro de la nación se apoyaban de manera conflictiva y vital, ya no existía.

Tantos años de resistencia, de compañeros presos, de aviones negros y tiza y carbón en las paredes, parecían desvanecerse como las letras de los diarios del 2 de julio del 74, usados para protegerse de la lluvia, en el desfile incesante.

Su muerte y esos días de julio en que la historia del país se detuvo, trajo un dolor de dimensiones que el titular de Noticias intentó graficar. Un dolor por todo: por los años perdidos en la vergüenza de cuarteles, proscripciones y vendepatrias; porque los años felices del trabajo, de las vacaciones, de los únicos privilegiados y de Evita, de pronto parecían más lejanos y en blanco y negro; y un dolor nuevo y aterrador llegaba cuando se intentaba pensar el futuro sin él.

Tal como Walsh escribió, todo había comenzado tres décadas atrás y a pesar del golpe brutal de 1955, los fragores de las luchas habían mantenido vivo el fuego de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. Las tres décadas por venir serían un largo invierno, primero de muerte y luego de resignación. Pasaron el fin de la historia, de las ideologías y el cambio de siglo, pero de manera subterránea la memoria popular guardó todo aquello que sintetizaba su nombre: felicidad, dignidad, justicia social, rebeldía.

Treinta años pasaron hasta que las sombras que amordazaban esas memorias e impedían soñar un futuro colectivo fueron derrotadas. Fue posible recién a partir del peronismo de Néstor y de Cristina, comenzar a superar la orfandad que dejó su muerte y la de los 30.000 que le siguieron, para volver a pensarnos como Patria.

*Profesor de esta casa de estudios.

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