Vista aérea de la Plaza del Congreso

ACADÉMICA

Por Rossana Viñas (*)

Que inventamos estudiantes, que ingresan muchos y se gradúan pocos, que cuánto demora un estudiante en recibirse, que no auditamos, que somos un gasto, que los extranjeros deberían pagar, que somos golpistas, que estamos demasiado politizados. Y sí, estamos politizados. Desde siempre.

La génesis de la universidad pública argentina ha sido la política. ¿Acaso la Reforma del 18, no lo fue? ¿La gratuidad en el 49, no lo fue? ¿La decisión en 2015 de garantizar el acceso irrestricto y nombrar al Estado como garante del derecho a la educación superior, no lo fue? Nuestra universidad forma parte de las mejores tradiciones educativas de Latinoamérica y de toda una historia de luchas. Estamos orgullosos de ella.

La marcha del 23 de abril fue una acción política. También la de ayer, donde fuimos más que en abril. Y fue política frente a otra acción política, como la del actual gobierno nacional de vetar la ley de financiamiento universitario y la de no tener en cuenta que los salarios de muchos quienes hacemos la universidad, están por debajo de la línea de la pobreza. Por supuesto, no somos los únicos. Somos conscientes de ello.

Por eso también salir a la calle es salir por la educación y la universidad pública y es por todos y todas. Por los que ya accedimos, y, asimismo, por los que aún no lo han hecho. Por cada pibe y piba que quiera soñar.

En los últimos tiempos, el debate sobre la universidad pública y la calidad académica se ha vuelto moneda corriente. La variable “cuántos” es la que determina si como institución, “servimos o no”. Cuántos ingresan, cuántos permanecen y cuántos egresan. Cuánto gastamos. Y hasta qué hacemos los docentes en nuestras aulas con la acusación constante de que adoctrinamos. Números y sólo números, sumados a un discurso violento, que no tiene en cuenta la variable humana: hoy, los estudiantes, los docentes y los nodocentes sufrimos el embate planificado y sistemático desde lo discursivo y económico de desprestigio y deslegitimación.

La educación superior pública y gratuita argentina ha permitido que miles de jóvenes, independientemente de su origen socioeconómico, puedan acceder a una formación de calidad y a la posibilidad de un título profesional. Este modelo inclusivo, que no se repite en el mundo, ha sido fundamental para la movilidad y el ascenso social, para la transformación de realidades y la reducción de las desigualdades.Pasar por las aulas de la universidad, nos transforma la vida. Y bien sabemos que acceder a un título universitario, por definición, nos cambia la vida.

La universidad es docencia, es investigación y es extensión. Desde cada uno de estos pilares, trabajamos para el desarrollo y el progreso del país. Es cada vacuna que se desarrolla, cada estrella que se descubre o el impacto del eclipse que sucedía mientras estábamos en la marcha, cada proceso tecnológico espacial, cada aporte en el avance de la medicina, cada contribución al campo de la salud mental o al análisis de los procesos democráticos o de los discursos de odio… y la enumeración podría seguir… No nos sale pensar a la universidad escindida de la ciudad, de la provincia o del país. Porque la universidad que queremos es parte inseparable del país que anhelamos.

Ayer fuimos muchos. Ayer fuimos más.

Hablamos en plural. Dijimos basta y dijimos no desde la diversidad. Estudiantes, docentes, nodocentes, profesionales, graduados -muchos, primera generación de universitarios-, amas de casa, obreros, jubilados, peronistas, radicales, de izquierda.

Fuimos muchos. Fuimos más.

Desde la Reforma del 18 a la actualidad, la universidad pública argentina no sólo ha afianzado su carácter de gratuita sino también de popular y feminista. Y ha sido en base a la lucha. Y ha sido pensando en el futuro.

Pero la lucha continúa y continuará en las aulas y en calles: por la universidad y enseñanza pública siempre.

(*) Prosecretaría Académica de Trayectoria y Egreso de la FPyCS

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