Tony Fenoy
Coordinador del Colectivo de Teología de la Liberación Pichi Meisegeier
Esta mañana amanecimos con la triste noticia de la muerte del papa Francisco. Inmediatamente pensé: “La crueldad y la injusticia están de fiesta”.
Estos doce años estuvieron marcados por sus gestos y sus palabras acompañando a las y los descartados de la sociedad y denunciando a aquellos que, con sus decisiones políticas y económicas, generan desocupación, hambre, guerras y miseria en nuestro mundo.
Desde su ida a la isla de Lampedusa para estar con los migrantes despreciados por Europa, hasta su aparición en la Plaza de San Pedro, con su poncho, saludando al pueblo, el ministerio pastoral de Francisco tuvo una claridad meridiana de dónde pararse en la historia: junto a las y los pobres de la tierra.
La imagen de la última Navidad, donde se ve el pesebre del Vaticano con un niño Jesús sobre una kefia palestina, fue una denuncia clara del genocidio del Estado de Israel contra el pueblo palestino. Sus encíclicas Evangelii gaudium, Laudato si’ y Fratelli tutti buscaron que nuestro mundo sea una casa en la que vivamos como hermanos.
Francisco buscó que la Iglesia fuera menos burocrática e injusta, y que viviera aunque fuera un poco la propuesta de Jesús.
Hoy hay muchos que están felices: el poder económico-financiero, los que hambrean a sus pueblos con sus decisiones políticas, los que desprecian a los pobres y a los jubilados. Los inhumanos de la tierra.
Están tristes los pobres, los marginados, los descartados, las mujeres y diversidades sexuales, a quienes Francisco dedicó su papado.
Su muerte nos llama a comprometernos por una sociedad más justa, fraterna e igualitaria.
Más que nunca, hay que dejar de lado egoísmos e intereses mezquinos para poder, juntos, enfrentar y derrotar a los que hacen de la crueldad y la muerte su forma de gobernar.
Hoy Francisco, desde otro barrio, nos acompaña en esta lucha.