PRENSA

Por Felipe Alonso*

Rodolfo Walsh recorre la ciudad de Buenos Aires con copias mimeografiadas de la carta que él mismo tipeó en la vieja Remington en su quinta de la localidad suburbana de San Vicente. Es 24 de marzo de 1977 y a un año del infausto gobierno militar conoce lo que sucede como nadie. Sabe que lo que llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que la Junta omite son calamidades.

Lo sabe porque es el jefe de Inteligencia de Montoneros aunque con sus 50 años recién cumplidos tiene la edad de los padres de la mayoría de los pibes y pibas que militan con él. De hecho, es el padre de Victoria, que murió una madrugada de septiembre combatiendo en camisón y contra 150 militares, un tanque de guerra y un helicóptero.

Rodolfo Walsh ya no es el célebre escritor de cuentos policiales negros porque decidió entrar de lleno al barro de la historia. Mientras algunos escritores deciden no bajar de su torre de marfil otros comienzan a mostrarse cercanos a las ideas revolucionarias; pero solo eso, cercanos. Para entonces Walsh dirige el periódico de la CGT de los Argentinos convencido de que el uso político de la literatura debe prescindir de la ficción.

La carta que deja en los buzones denuncia quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos. Habla de la creación de campos de concentración en donde existe tortura sin límites –El Potro, El Torno, el despellejamiento en vida, El Submarino, la picana- y fusilamientos sin juicio. Pero a pesar de ese terror, Walsh está seguro de que no es esto lo que más sufrimiento le trae al pueblo argentino y que la peor violación a los derechos humanos de parte del gobierno de facto es el plan de miseria planificada que destruye el salario de los trabajadores y convierte al Gran Buenos Aires en una Villa Miseria de 10 millones de habitantes.

Rodolfo Walsh vuelve a su casa después de repartir su carta sin esperanza de ser escuchado por la Junta Militar y con la certeza de ser perseguido, habiendo cumplido con su compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles. No ignora que al firmar la carta con su nombre y documento también firmó tal vez su sentencia, pero sintió el deber de rebelarse contra la ola de cobarde silencio y está convencido de que la verdad debe llegar al pueblo de cualquier forma.

Walsh sabe muchas cosas pero ignora que cuando se despierte al día siguiente y asista a su cita se encontrará con fuerzas de la Marina que intentarán capturarlo con vida y que deberá resistir con su pequeño revólver calibre 22. Duerme en su casa de San Vicente sin saber que es la última vez que alguien lo verá, que no concluirá “Juan se iba por el río”, ese cuento en el que trabaja y los militares se encargarán también de desaparecer.

Pero tal vez entre las muchas cosas que sí sabe, una sea que su carta y su vida marcarán el rumbo para un pueblo que aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo.Después de la cita envenenada en donde se defendió de los asesinos de la Marina algunos dicen que llegó con vida a la Escuela de Mecánica de la Armada. Al día de hoy nadie sabe dónde está.

*Director del Departamento de Graduados y docente del seminario «Cuentos de la pelota»

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