PRENSA

Por Osvaldo Fanjul*

“Sólo corrí, tiré la pelota larga y esperaba que Briegel no me alcance porque si me pegaba me rompía todo. Y miraba lo que hacía Schumacher, nunca dudé en definir abajo y cruzado y lo hice ni bien piso el área. No podía fallar, el pase de Diego había sido perfecto. Siempre supe que era gol, giro vuelvo para festejar, me arrodillé y cuando abro los ojos veo que me abraza Dios. En realidad era el Checho (Batista).Ya nadie ni nada nos podía quitar esa victoria”. El relato es de Jorge Burruchaga en un mano a mano que tuve en el 2006.

Argentina a 35 años de su segunda Copa del Mundo, la primera fuera de casa y con un equipo que le ganó a todas las críticas, a todos los poderes y a todas las adversidades posibles. Un plantel que fue el primero en llegar a México con una despedida casi familiar en Ezeiza y con el objetivo de quedarse hasta el último día. Y así fue. Se fueron en soledad e ignorados. Volvieron héroes.

¿El Mundial de Diego? Si pero también el Mundial de Carlos Bilardo, del Tata Brown, de Burru, del Negro Enrique, de Valdano, de Ruggeri, de Valdano, del Gringo Giusti, de Batista, de Pumpido, de Cuciuffo, del Vasco Olarticoechea, y de cada uno de los 22 soldados de esa selección.

Caer en la ignorancia de pensar que ese equipo era sólo Maradona es entender muy poco de este maravilloso juego llamado fútbol. Diego fue el mejor y es imposible negarlo, por sus condiciones, por su magia pero también por su inteligencia para entregarse de cuerpo y alma a un equipo para cumplir un objetivo.

Esa Selección tuvo líderes muy fuertes, dentro y fuera de la cancha. Bilardo primero armó un equipo y recién lo sumó al capitán en la previa de las eliminatorias. Diego fue un ejemplo y brilló, con goles y actuaciones brillantes e inolvidables. Y el mejor ejemplo que esa Selección era un EQUIPO con mayúsculas se dio en la final. El Narigón sabía que Alemania le iba a poner una marca encima (Lothar Mattheus) y sabía que el rol del 10 ese día era que todo no debía pasar por sus pies. Y todo (menos los dos goles de pelota parada) salió a la perfección. Y Diego apareció con esa sutileza del pase mágico a Burru más un trabajo silencioso como pocas veces.

Una innovación táctica con el 3-5-2, un equipo que sabía lo que quería, que apostó a la buena técnica individual (sin esa materia prima es imposible) pero también al sacrificio y al trabajo. Y para los amantes de las estadísticas los números también fueron irrefutables. Campeón invicto, con 6 triunfos y un empate, con 14 goles goles a favor y 5 en contra. Alcanzó una eficacia del 92,9 por ciento. Imposible discutir a esa Selección.

Y entrando en el terreno de las comparaciones, que siempre son odiosas y subjetivas los datos duros marcan que en eficacia sólo se vio superado por los títulos de Brasil en 1970 y en el 2002, que alcanzaron la perfección con 6 y 7 victorias sin resignar ni un solo punto.

Fue mi primer mundial como periodista. Eran mis primeros pasos en esta hermosa profesión. Eran mis comienzos en el diario El Día y de mi primer amor con Radio Universidad. Fueron tiempos hermosos de defender una causa, la de esa Selección contra todos los palos. Arppi Filho pitó el final, juro que lloré y fuimos campeones de mundo. Es lindo darse una vuelta por el pasado. Una Copa que se levantó hace 35 años y que seguimos esperando para abrazarla de nuevo.

*Profesor de la Tecnicatura Universitaria en Periodismo Deportivo de esta casa de estudios.

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