PRENSA

Por Carlos Ciappina*

Säso!!  Kachariy!!  Yaqhaqtayaña!! (Independencia en Guaraní, Quechua y Aymara)

Estamos hoy a doscientos cinco años de aquel 9 de julio tucumano. Pero, nuestros países de  América Latina (La Argentina en ellos), siguen intentando afirmar su vida independiente y recrear las condiciones para una mayor autonomía junto a la emancipación económica y social de sus pueblos. Disputa y forma de lucha que tiene un origen claro: La Declaración de la Independencia en aquel frío  9  de Julio.  Por eso,  la celebración de aquella declaración es mucho más que la efeméride repetida como un rito debido.

La Declaración de la Independencia fue un hecho extremadamente político y, contrariamente a lo que se cree, no vino a terminar un proceso que ya había concluido sino, en una movida de principios y voluntad políticos, a correr la frontera de lo posible para alcanzar un objetivo que estaba aun lejos de su concreción: emanciparnos del Imperio Español.

Si pudiéramos trasladarnos en el tiempo y medir las condiciones para insistir con la Independencia en la América Latina de 1816, estas no podían ser más adversas: en el norte de las Provincias Unidas (lo que hoy es la república hermana de Bolivia) a fines de 1813, en los campos de Vilcapugio y Ayohuma, se habían terminado las esperanzas de avanzar hacia el Perú. El mismo Virreinato del Perú no sólo estaba firmemente en manos de los españoles, sino que era el corazón de la reconquista del imperio en el cono sur de América.

Durante el año 1814, retorna al trono de España el rey Fernando VII. “El deseado”, como lo llamaba el pueblo español por su prisión a manos de Napoleón, se mostró inmediatamente deseoso de recuperar “sus” posesiones americanas. Es más, una de sus primeras acciones fue la de organizar una enorme fuerza represiva que pensó inicialmente dirigir hacia el Río de la Plata.

El 2 de octubre de 1814, las fuerzas del general O´Higgins en Chile fueron totalmente derrotadas en Rancagua, cayó la Junta de Santiago y el propio O´Higgins se refugió en Mendoza.  El imperio español recuperaba Chile.

En 1815, las cosas empeoraron para los patriotas americanos: en septiembre de ese año, se conformó La Santa Alianza, una especie de unión de naciones monárquicas y conservadoras (sus principales impulsoras eran Austria, Prusia y Rusia), cuyos objetivos declarados eran luchar contra los principios de la Revolución Francesa, el republicanismo y el espíritu laico, apoyando aquellos gobiernos y procesos que volvieran al “orden natural”: Dios y el rey.

En diciembre de ese 1815 es fusilado el cura José María Morelos y Pavón en México, y la revolución independentista y campesina iniciada por el otro “cura del pueblo”, Hidalgo, era ahogada en sangre por las fuerzas reaccionarias.

Para completar el cuadro de retrocesos, la Banda Oriental (que de la mano de Artigas había declarado la independencia junto a Entre Ríos, Corrientes, las Misiones, Córdoba y Santa Fe en 1815) es invadida por los portugueses en mayo de 1816 y anexada como Provincia Cisplatina al imperio portugués, obligando a José Gervasio Artigas, el caudillo independentista y federal, a iniciar una lucha desigual con las fuerzas del Imperio.

Simón Bolívar, que había desalojado del poder a los españoles de la muy conservadora Venezuela, se hallaba exiliado en Jamaica (luego se refugió en Haití) tras la derrota de la Segunda República Venezolana.

Así las cosas, el mapa de la emancipación se había vuelto a cubrir con el color del imperio español: Chile, México y Centroamérica, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela y la Banda Oriental en manos portuguesas. Todo parecía perdido. Fuerzas muy poderosas se coaligaban contra los pueblos de América Latina.

Frente a esta situación comenzaron las dudas y los temores en el campo patriota: no tardaron en aparecer los traidores a la causa independentista. El Director Supremo (nuestro presidente de ese momento) Carlos María de Alvear le envía la siguiente nota a la corona británica en 1815: «Cinco años de repetidas experiencias han hecho ver de un modo indudable a todos los hombres de juicio y opinión, que este país no está en edad ni estado de gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y contenga en la esfera del orden antes que se precipite en los horrores de la anarquía […]  En estas circunstancias, solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único medio de evitar la destrucción del país, á que están dispuestos antes que volver á la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación una existencia pacífica y dichosa […] Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso”.

¿Esa era la salida para la élite porteña? ¿Pasar del dominio español al británico? Sin duda para muchos era la respuesta natural, posible, alcanzable, lógica. La respuesta políticamente viable, correcta. En un giro que no será el único en nuestra historia, la élite comerciante porteña pensaba en cambiar de amo en vez de liberarse. Pero, para otros, los San Martín, los Belgrano, los Monteagudo, los Dorrego, los Lavalle, las Macacha Güemes,  las Juana Azurduy, la respuesta lógica era romper definitivamente con el orden establecido. Frente al acoso de los imperios, frente a las dudas de algunos criollos y aun a la traición de los que gobernaban, la respuesta fue apurar la Declaración de la Independencia, cortar las amarras definitivamente y dar la batalla por la libertad sin medir dificultades ni costos. Para eso era necesario apoyarse en los pueblos y la unión de los procesos revolucionarios. San Martín, gobernador de Cuyo en ese momento, envía cartas donde apura al Congreso reunido en Tucumán a no dudar y declarar la independencia: Los representantes de San Juan, Salta, Charcas, Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Santiago del Estero, Tucumán, Mizque, Chichas y Tarija firmaron al pié esta declaración que fue definitiva.: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli”. La independencia era un hecho. Pero , habida cuenta de las dudas y temores de algunos “patriotas” , los representantes le agregaron diez días después a la Declaración “y de toda otra dominación extranjera”. La Independencia no se haría para cambiar de amo sino para emancipar a los pueblos. Tan arraigada estaba esta convicción que la Declaración fue impresa en castellano, quechua, ayamara y guaraní, con la plena convicción de que la emancipación debía ser para todos los pueblos.

 A partir de ese momento no hubo vuelta atrás: los nueve años posteriores de larga y dolorosa lucha fueron ampliando el territorio liberado hasta expulsar definitivamente al imperio español.

Y, para los preocupados por “como nos ven en el mundo” o “estar aislados del mundo”, resulta oportuno señalar que ningún país americano ni europeo reconoció nuestra independencia hasta varios años después: la emancipación fue una tarea latinoamericana.

Como en aquella época fundacional, hoy los obstáculos y los enemigos parecen enormes: poderes mediáticos corporativos, organizaciones financieras internacionales, poderes bélicos colosales, y también voces internas que proponen la sumisión en vez de la emancipación.

Pero parece ser que los pueblos y los gobiernos de Nuestra América, siguen proponiendo los caminos de nuestros libertadores: independencia y emancipación.

*Profesor de esta casa de estudios.

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