PRENSA

Por Ulises Cremonte*

Roberto Fontanarrosa no era un gran dibujante. Tampoco un escritor exquisito. Él mismo lo reconocía. No le hacía falta. Lo suyo iba por otro lado. Algo más bien platónico. Su mundo creativo habitaba ese espacio donde los opuestos convivían con lúdica impunidad. Eso que Freud llamaba “comicidad” y que ejemplificaba, con el escueto humor bavérico, a la escena del hombre de saco y corbata que resbala con una cáscara de banana. Fontanarrosa llevaba esa yuxtaposición de antagonismos a un grado de complejidad exquisito. Su imaginación tenía como principal motor la ocurrencia. Y lograba algo imposible: proponer hacer reír y lograrlo. Algo pavloriano, orgánico se activaba con sus chistes, viñetas, cuentos y hasta intervenciones en congresos de la lengua.

No sé cuántos lo recuerdan o lo conocen. Quizás su evanescencia se deba a los efectos directos e inmediatos que él mismo generaba. Hacía reír y la risa, se sabe, dura un suspiro.

En términos estrictos no dejó un legado. Eduardo Sacheri ocupo el vacío temático del futbol, pero carece de chispa, es demasiado solemne. Hernán Casciari tiene su popularidad, pero no su solvencia. Tampoco fundó un estilo, sino más bien un subgénero, el cuento de futbol narrado por hinchas.

La máquina Fontanarrosa funcionaba porque siempre había un producto nuevo (y genial). Se mantenía a flote gracias a su acumulación en presente. El olvido actual desnuda, más que la ingratitud de la época, la efectividad coyuntural de su propuesta. Pero claro, están sus libros, los de humor gráfico, los de cuentos. Está Inodoro Pereyra, y también Boogie el aceitoso, personaje que hoy sería rápidamente cancelado.

Su muerte fue antecedida por una larga agonía, el cuerpo le dejo de funcionar de a poco. No así su cabeza. La convivencia de opuestos, hecha carne y padecimiento. Casi una parábola de Fausto, el don lo pagó caro. Y para empeorar las cosas, la debacle judicial por la sucesión de sus derechos detuvo la publicación póstuma de su último libro. Ese silencio de años, lo mandó a las mesas de saldo. Un final inmerecido, pero en algún punto, similar al derrotero de sus personajes. La mímesis que amenaza a todo artista.

Hoy, a catorce años de su muerte, lo mejor que podemos hacer es conseguir un libro del negro Fontanarrosa, abrirlo y entregarnos a su efecto nitroso.

*Director de la editorial Edición de Periodismo y Comunicación (EPC).

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