PRENSA

Por Carlos Ciappina*

«Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo en una sola nación con un sólo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene su origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un sólo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; […] ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!

(Simón Bolívar. Carta de Jamaica. 1815).

“Contemplemos el mapa de América. Lo que primero salta a los ojos es el contraste entre la unidad de los anglosajones reunidos con toda la autonomía que implica un régimen eminentemente federal, bajo una sola bandera, en una nación única, y el desmigajamiento de los latinos, fraccionados en veinte naciones, unas veces indiferentes entre sí y otras hostiles.”. Manuel Ugarte. 1910.

“América Latina se encuentra dividida no porque es subdesarrollada, sino que es subdesarrollada porque está dividida” Jorge Abelardo Ramos. 1970.

Desde el momento mismo de la Independencia, los/as libertadores comprendieron que un enorme peligro –mayor que el propio Imperio español- amenazaba a la naciente sociedad latinoamericana emancipada: su división y separación en pequeñas unidades territoriales. Simón Bolívar, San Martín, Bernardo de Monteagudo, entre tantos y tantas otras, vieron tempranamente el riesgo que implicaba para las nacientes repúblicas quedar “en disponibilidad” frente a las intenciones neocolonialistas de las grandes potencias de aquella época.

De hecho, durante todo el siglo XIX las nuevas repúblicas latinoamericanas sufrieron la injerencia, cuando no la invasión y/o ocupación de sus territorios por las potencias de la época: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia en distintos momentos ocuparon, intervinieron sobre las repúblicas latinoamericanas, en una larga lista que recorre casi todos los países de nuestro continente.       

Quizás el que mayor énfasis puso en intentar por primera vez la Unión Americana fue Simón Bolívar: La Unión Americana no era en Bolívar un ideal vacío: era el modo de lograr un lugar entre las naciones desde donde contrarrestar los nuevos peligros colonialistas que Bolívar veía en el horizonte: Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña.

Desde 1810 hasta 1825 batalló Bolívar (junto a los grandes  libertadores latinoamericanos) en un doble objetivo: ganar la guerra independentista y construir la gran nación latinoamericana.

El Congreso Anfictiónico de Panamá, cuando Bolívar estaba – en 1826- en la cúspide de su poder, fue su último gran intento: constituir una Confederación latinoamericana con un gobierno único. Conformar una nueva y enorme nación en un pie de igualdad con las grandes potencias del mundo. Ese primer llamado a la integración latinoamericana fracasó pues asistieron sólo la Gran Colombia, México, Perú y la República Centroamericana, quedando sin representación Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Paraguay.

De allí en más  dos fuerzas opuestas se enfrentaron – y se enfrentan hoy – en América Latina: una, las fuerzas de las elites del gran capital, terratenientes y comerciales cuyos intereses estaban vinculados a los de la economía europea y norteamericana. Para esas elites, la integración era una ilusión que impedía hacer rápidos y beneficiosos negocios directamente con las potencias de la época. Así, cada elite en Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile, Río de Janeiro, Carcas o Bogotá, prefirió constituir “su” pequeño país y  atarlo a la suerte de Gran Bretaña o Estados Unidos.

La otra fuerza, es la fuerza que constituyen los pueblos y los líderes populares latinoamericanos: una larga tradición iniciada por Bolívar y retomada por el líder de la independencia cubana José Martí, por pensadores como Manuel Ugarte, Carlos Mariátegui o la Reforma Universitaria de 1918. Una tradición retomada por Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y Jacobo Arbenz, por la Revolución Cubana con Fidel y el Che y el socialismo chileno de Salvador Allende, por los gobiernos populares de principios del siglo XXI (Evo Morales, Chávez, Rafael Correa, Néstor y Cristina  Kirchner, Lula Da Silva…..).

A las fuerzas de la disgregación y la balcanización de América Latina las han apoyado –permanentemente- las potencias centrales: con palabras, con crédito (y deuda) y con los hechos – invasiones e intervenciones violentas- cuando hizo falta, las potencias europeas y, en el siglo XX, Norteamérica, han intentado boicotear e impedir la integración creciente de América Latina. Conscientes de los riesgos para su poder, han apoyado la separación y la disgregación latinoamericana. El otro modo de coartar una integración emancipadora, fue la creación de instituciones “panamericanas” (como la OEA; el TIAR o el BID), organizaciones políticas, militares y económicas que bajo un falso paraguas de “igualdad de las naciones del hemisferio americano” han sido y son, en realidad la expresión de las necesidades de la política exterior de los Estados Unidos en relación a los países latinoamericanos. 

Podríamos afirmar entonces que, todo proyecto económico-social elitista, excluyente y de “apertura” indiscriminada al exterior es hoy, un proyecto que profundiza la desintegración, la disgregación y traba la complementación latinoamericana para beneficio de la economía globalizada y las elites internas asociadas a ella.

Pero, el ideal de la integración y la unión siempre retorna de la mano de los gobiernos populares y democráticos. En ese sentido, la primera década del siglo XXI vio el despliegue en América Latina de un conjunto de gobiernos que compartían varias ideas; entre ellas, dos claves: La idea de la construcción de sociedades más justas y equitativas y la idea de integrar y unir a los países latinoamericanos.

Así, comenzó a recuperarse –en los alrededores del bicentenario de nuestras independencia- el ideal de la integración: la Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata mostró -con el sepultamiento del ALCA de la mano de Lula, Kirchner y Chávez; junto a Uruguay y la mayoría de los países latinoamericanos, que el ideal de la unión latinoamericana estaba completamente vivo.

 La ampliación del MERCOSUR (con Venezuela y Bolivia); la creación de la UNASUR en 2008 (la Unión de Repúblicas del Sur); la creación del ALBA TCP (2004) y la ampliación y consolidación de la CELAC (2011), mostraron que de la mano de proyectos políticos nacionales, populares e inclusivos se podía fortalecer y ampliar la integración latinoamericana.

Hoy, la fortaleza de esa integración “nuestra” está nuevamente en riesgo: las elites y sus aliados externos han vuelto a dar la lucha  para apropiarse del Estado e intentar dar marcha atrás el reloj de la integración. Los gobiernos anti populares  han suspendido del Mercosur a Venezuela, han desarticulado la UNASUR  e intentan reinstalar a la OEA (esa organización creada y dominada desde el inicio por  los EEUU) como la única Organización que dirima los conflictos latinoamericanos.

Hoy a partir de la articulación entre partidos de derechas, Poder Judicial y medios oligopólicos de comunicación en esa combinación entre fakes news y law fare los procesos de integración están amenazados por una “integración de la derechas”: “golpes blandos” (como en Paraguay de 2012) o “golpes duros” (como el de Bolivia en 2019) que cuentan con el apoyo y la articulación de los nuevos gobiernos anti populares: hay en ese sentido , una especie de retorno a la lógica del Plan Cóndor , de tan triste memoria.

Por eso es importante conmemorar cada 24 de julio –fecha de nacimiento de Simón Bolívar- la persistencia del ideal de la integración latinoamericana democrática y desde y para  los pueblos.

Tarde o temprano, América Latina se constituirá como lo que es: una sola gran Nación compuesta de múltiples Repúblicas. Una Patria Grande con una sociedad donde quepamos todos/as. 

*Profesor de esta casa de estudios.

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