PRENSA

Por la Secretaría de Investigaciones Científicas*

¿Es la comunicación una ciencia? ¿Qué implica que sea una ciencia? ¿Qué implica que no lo sea? Una de las certezas que se pone en tensión en nuestra Facultad es el estatuto de lo científico. Y este estatuto se tensiona en, al menos, dos aspectos. En primer lugar nos sacudimos ante la mirada liberal que considera que la ciencia no es un campo de debate político. Leemos la disputa que en los años ´70 se dio entre la revista Lenguajes, dirigida por Eliseo Verón, y la revista Comunicación y Cultura, editada por Héctor Schmucler y Armand Mattelart, para situar el sentido del hacer comunicacional y comprendemos que si para que nos otorguen la etiqueta de ciencia tenemos que pretender neutralidad, tal vez sea preferible no alcanzar ese estatus.

En segundo lugar, estudiamos que la departamentalización de los saberes en disciplinas es parte de lo que Martín Barbero denominó el “largo proceso de enculturación”, mediante el cual las clases dominantes de la burguesía de Europa occidental pretendieron instalar una única manera de entender el saber y el conocimiento. Un conocimiento que a partir de ese proceso sería patrimonio de hombres burgueses y blancos. Un único saber válido llamado ciencia.

Aprendemos, también, acerca de la crisis de los paradigmas, de los estallidos de los objetos y de los métodos; aprendemos que “la comunicación no es todo, pero debe ser hablada desde todas partes”, un lema trazado por Schmucler y que nos ha permitido justificar nuestros abordajes irreverentes. Entonces, aceptamos que la comunicación no es una ciencia, que es un campo de saberes y, como todos los saberes, está atravesado por disputas políticas, económicas e ideológicas.

Pero ¿no son acaso todas las disciplinas científicas campos de saber en tensión constante? A principios de los años 80 la socióloga Karin Knorr Cetina se metió en un laboratorio para analizar cómo, incluso en aquellos campos de saber que se presentan como neutrales, el conocimiento científico es una construcción contextual, un sistema de fijación de creencias. Juan Samaja, a quien desde el campo de la comunicación leíamos ávidamente, ya nos lo había señalado: “La ciencia es una institución pública”, decía Samaja, porque las normas de verdad y validez en las que se basa se han construido colectivamente y se transmiten de generación en generación.

Entonces, la pregunta que debemos formularnos no es qué necesita el campo de saberes de la comunicación para ser aceptado como ciencia, para entrar en los index de los softwares a los que cargamos es nuestro currículum, para aparecer en los listados estratégicos de los organismos de financiamiento. Las preguntas que debemos formular son ¿Qué concepción de ciencia hemos heredado? y ¿Qué ciencias queremos construir?

Sabemos que hemos heredado una mirada de la ciencia asentada en la presunta objetividad, la apoliticidad, la neutralidad. Una ciencia que se ha expresado desde las lógicas patriarcales y occidentales, una ciencia que nos ha ocultado sus procesos y sólo nos ha mostrado los resultados exitosos. Knorr Cetina proponía abrir la caja negra de la ciencia, Martín Barbero nos invitaba a construir un mapa nocturno, García Canclini señalaba la inexistencia de límites entre las disciplinas, Alcira Argumedo nos motivaba a pensarnos desde nuestras matrices latinoamericanas… todos/as/es construían unas miradas otras para hacer ciencias.

Y es desde estas miradas, que hemos recuperado y estudiado para debatir el estatuto de la comunicación, que debemos construir nuestra lista de deseos para generar los acuerdos que forjen las ciencias del futuro: ciencias descoloniales, ciencias feministas, ciencias soberanas, ciencias públicas, ciencias plurales.

* El equipo está integrado por Patricia Vialey, Natalia Ferrante, Bianca Racioppe y Candela Luquet.

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