Imagen en blanco y negro de Arturo Jauretche

PRENSA

Por Carlos Ciappina*

“Pero en las semicolonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material… La cuestión está planteada en los hechos mismos, en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y del ensayo.”. Arturo Jauretche. La colonización pedagógica. 1967.

“Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero”. Arturo Jauretche. Plan Prebish, retorno al coloniaje.1955.

El 13 de noviembre del 2003 el presidente Néstor Kirchner promulgaba la Ley 25844 que estableció el Día del Pensamiento Nacional en homenaje al natalicio de Arturo Jauretche un 13 de noviembre del  año 1901.

Uno podría  imaginarse al gran pensador argentino sonreírse frente al establecimiento de un día del “pensamiento nacional”: la sola necesidad de establecer un día para conmemorar el pensamiento propio denota la existencia de otro pensamiento, digamos un pensamiento no nacional, colonial, “cipayo”, un otro pensar que se constituye como una falsa conciencia y que se cree –desgraciadamente- propia.

Ese pensamiento colonizado, se compone  dos grandes  ideas (que derivan en múltiples ramificaciones): una, que los modos de pensar, las categorías de análisis y los productos de la historia, la sociología y la filosofía generadas en Europa y los EE.UU. son “universales”  y que en tanto universales , son válidas en todo tiempo y lugar.   Así la filosofía “válida “es  universal, junto a los historiadores universales y así con las disciplinas sociales  que generan las Academias y los pensadores europeos y norteamericanos. La otra idea que constituye al pensamiento colonial es el convencimiento –de los propios “colonizados”- de la inferioridad de la cultura y las formas de vida societales propias o nacionales, frente a la superioridad de la civilización de matriz europea. 

¿Cuánto le debemos a Arturo Jauretche? Es inmenso su aporte para el nacimiento y la construcción de un pensamiento nacional  situado social, cultural y políticamente. 

Jauretche toma – a lo largo de toda su vida- una a una las “verdades” sobre las que la elite oligárquica había construido su arquitectura cultural –que es, a la vez, parte de su arquitectura económico-social-   y la desmonta y analiza para señalar en cada caso, su sentido colonial, y su objetivo de entrega de los recursos nacionales a la voracidad del gran capital foráneo y nacional.

“Civilización y barbarie”, la dupla sarmientina fundante del pensamiento “cipayo” es denunciado como lo que es: la falsa divisoria que las elites oligárquicas necesitaban para justificar el plan de construir una nación para un puñado de súper ricos y eliminar todos/as aquellos que podían estorbar en ese objetivo.

Un vez desmontada esa dicotomía, todo el edificio cultural de la nación liberal y antipopular puede ser puesto en discusión. Hay un proceso de décadas –nos dice don Arturo-  de “colonización pedagógica” que ha ido constituyendo un modo de ver y pensar el mundo desde afuera de la realidad nacional. Un modo de pensar y sentir que nos extraña de nosotros/as/es mismos/as/es.  

Y allí  va Jauretche desmitificando el rol informador de la “gran prensa” para explicarnos –décadas antes de las fake news – porqué necesitan mentir los medios de prensa hegemónicos: la alianza entre el capital terrateniente, la gran prensa y el capital externo así lo exigen.

La historia nacional escrita por los liberales –nos dirá don Arturo- es también una invención política: la historia “profesional” de Mitre no tiene nada de profesional y tampoco de historia: es un relato político necesario para justificar la construcción de un país desde el puerto de Buenos Aires y bajo la tutela británica.

La escuela pública también debe ser  revisada: Por mas loable que sean sus objetivos –y necesaria su expansión- también está bajo la influencia de la dicotomía sarmientina: la “civilización” es la escuela y todo el saber de los/as/es niños/as/es y sus familias debe ser abandonado al entrar al aula. Escuela y comunidad – nos dice don Arturo- no debieran ser entidades separadas sino complementarias.

Nuestros/as/es literatos y autores –dirá  Jauretche – que se desempeñaban maravillosamente en las letras francesas, o inglesas o alemanas; no son “nuestros”. Aunque se imaginan “de allá” finalmente no pertenecen a ninguno de las dos realidades. Alejados/as/es de la nuestra e imposibilitados de inscribirse totalmente en la europea.

Nuestras clases medias que se creen parte de una elite a la que no están invitadas – salvo cuando de atacar los procesos populares se trata- son descriptas entre la ironía y la tristeza en su afán por “pertenecer”.

Con Jauretche muchos/as comenzamos a pensar nacionalmente, y allí descubrimos que no estábamos solos:

Pensar nacionalmente es recuperar el pensamiento de San Martín, Bolívar, Artigas, Dorrego –para poner algunos ejemplos del período emancipador- ; es recuperar a José Martí y Manuel Ugarte con su mirada latinoamericana como la de una sola “Patria Grande”; pensar nacionalmente es repasar los maravillosos textos del Raúl Scalabrini Ortiz cuando desnuda la naturaleza de la explotación británica en asociación con la elite terrateniente argentina, los discursos de Eva Perón al explicitar la dicotomía entre oligarquía y pueblo descamisado; es también repasar los escritos y la obra de ese presidente-estadista que fuera J.D.Perón e introducirse en las caracterizaciones histórico-políticas de Jhon William Cooke junto a la búsqueda del diálogo entre marxismo y perspectiva nacional de Juan José Hernández Arregui o Abelardo Ramos. Podríamos mencionar –por suerte- muchas y muchos otros pensadores nacionales, pero preferimos señalar en esta reseña que la  riqueza y profundidad de nuestro pensamiento nacional, va de la mano, siempre, de un proyecto político emancipador: es imposible desarrollar un pensamiento nacional que no entronque con un proyecto político nacional y popular.

Por eso  es necesario señalar que no es “sólo” un corpus académico. Los aportes al pensamiento  nacional emancipatorio no se agotan -ellos mismos serían los primeros en cuestionarnos esa elección “académica”- en escritores y estudiosos. El pensamiento nacional y emancipatorio se nutre también de la palabra y la acción de nuestros líderes y lideresas políticos, sociales y sindicales: basta con releer los discursos  y escritos de Perón, de Evita, de Raimundo Ongaro, de Héctor J Cámpora, de Néstor y Cristina Kirchner. Allí, en la palabra y las acciones de ellos/as y de tantos otros/as se va perfilando también un pensamiento nacional emancipatorio.

*Profesor y director de la Licenciatura en Comunicación Social de esta casa de estudios.

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