bandera argentina

PRENSA

Por Jorge Luis Bernetti*

Si en 1982 se hubieran marcado 40 años para atrás se hubiera situado el tiempo histórico en plena Segunda Guerra Mundial, en el momento victorioso del avance del imperialismo totalitario alemán en el territorio de la entonces Unión Soviética, la Rusia de nuestros días. No era aquella una instancia para el optimismo fácil. Parecía que la victoria del nazismo estaba asegurada, pero poco después comenzó su estrepitosa derrota definitiva. Para las generaciones más actuales se pueden comparar los 18 años del exilio de Perón con estas cuatro décadas que se sumaron a los años que, desde 1833, miden la dimensión de la derrota nacional en las islas Malvinas sometidas a la ocupación del colonialismo-imperialismo inglés, instrumento del capitalismo financiero internacional. Hoy muchas causas parecen empujar al pesimismo. La Argentina es una nación joven en la que la medida de sus años constitutivos de la misma se comparan con las centurias de los europeos y los milenios de los asiáticos.

Hay debates y dolores nacionales sobre el tema. Hay revisionismos reaccionarios. Pero hay también una conciencia de las trampas y de los dolores. Entre las primeras, la peor y la dramática es el hecho mismo del desembarco del 2 de abril de 1982: una justa causa nacional fue usurpada por la dictadura más represiva y más antipatriótica de la historia argentina. De esa trampa montada para lograr una salida para el beneficio de ese engendro oligárquico con pleno respaldo imperial, nació – con su derrota, montada en la improvisación y la torpeza, al precio del sacrificio de sus soldados – la reinstauración democrática republicana de 1983. La derrota de 1982 hizo retroceder las posiciones de la Argentina en la disputa. Fue una total catástrofe política.

El problema nacido de esta guerra fue, sin duda, el duro precio que debieron pagar los ex combatientes, los soldados conscriptos conducidos improvisadamente al combate. Aquella guerra montada con el fin de producir una estafa política contra el pueblo argentino fue, además, improvisada por los generales de escritorio, los torturadores que “achicaron el Estado, para agrandar la Nación” y que, en realidad, destruyeron aquél para subordinar a ésta al polo del neo liberalismo en expansión mundial. La conductora del gobierno de la reina imperial, Margaret Thatcher, salvó su gobierno represor de los trabajadores ingleses, con su victoria militar.

Esta derrota en Malvinas, producto de las decisiones de aquellos que dieron un paso hacia el abismo a raíz de la magnitud de su fracaso para subordinar una sociedad en relación a sus propias políticas, reiteró la conciencia nacional sobre la soberanía argentina en el mar austral pero también motorizó la siempre activa mala conciencia de los sectores dominantes acerca del destino nacional. Se ha visto y oído en estos tiempos la palinodia de que “las islas no sirven para nada”, que “no tiene sentido combatir por ellas”, unas afirmaciones donde se mezclan, la idea del colonizado que, sometido, adopta el punto de vista del dominador, en donde la idea de real o supuesta inferioridad se asume como una realidad imposible de modificar. “¿Cómo se va a enfrentar a potencias a las que no se puede vencer y se debería imitar?”.

Están también los que, equivocadamente, escinden la soberanía territorial de la soberanía integral de la Nación. Quieren recuperar el territorio para “hacer negocios” con el usurpador.

Están también los que quieren olvidar el sufrimiento de los ex combatientes y sus luchas justas por sus derechos y su combate por la justicia contra los militares profesionales que vejaron y torturaron a sus compañeros. No puede haber patriotismo sobre la indignidad.

Malvinas es, para la Argentina, una causa compleja porque, entre otras contradicciones existió el comportamiento valiente y eficaz de militares profesionales que cumplieron con su deber en el combate para el que, lógicamente, no habían sido consultados.

Constituye un debate complejo la discusión acerca del uso de la fuerza para la resolución de conflictos nacionales. La India que idolatra al Mahatma Gandhi de la resistencia pasiva, utilizó la potencia militar para recuperar en los años ’60 del siglo pasado el enclave colonial de Goa de las manos portuguesas. La China del comunismo de Mao Ze Dong jugó con paciencia y poder, la carta de su derecho para hacer cesar a fines del siglo XX la presencia colonial británica en la isla y los territorios de Hong Kong, sometidos a la voluntad del comercio de Londres desde la infame Guerra del Opio en la mitad del siglo XIX, justo cuando la Confederación Argentina batallaba con dignidad en las cadenas de Obligado.

No era un gobierno ilegal e ilegítimo, anti popular, anti nacional y anti democrático, el que iba a reivindicar la soberanía nacional en Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

La República Argentina ha definido la cuestión en su magno documento legal, la Constitución Nacional, en su reforma de 1994 con el establecimiento de una “cláusula transitoria” por la que revindica la soberanía sobre las Malvinas y los territorios insulares conexos a través del derecho internacional. Es la Argentina que proclama su derecho por la vía pacífica y la que las normas establecidas contra la fuerza del poder han establecido como criterio de justicia y a la que las grandes potencias, como Gran Bretaña y su mandante los Estados Unidos, se niegan a obedecer.

La Argentina gobernada por el movimiento nacional y popular, movilizó en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner la energía nacional en recuperar la legitimidad que la aventura de Galtieri y luego, la subordinación al capitalismo financiero de Menem con su tonta estrategia (¿) del “osito Winie Poo”, habían destruido. Esa línea que, el entreguismo congénito del gobierno Macri suscribió con el acuerdo Foradori-Duncan para legalizar la presencia del capital inglés en las aguas sureñas.

Hoy Gran Bretaña no solamente sostiene su postura de no negociar, como ha exhortado la ONU a la potencia colonial y a la Argentina, sino que ha convertido a las Malvinas en una poderosa fortaleza militar a partir de la cual desarrolla no solamente una política de ocupación del territorio sino de amenaza a nuestro país y a los países de la región.

Es que el Reino Unido de Gran Bretaña, Escocia e Irlanda del Norte es un integrante decisivo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), una condición que siempre debe ser observada en cuanto a las relaciones con Londres. Gran Bretaña ha abandonado la Unión Europea (UE) – pero no la OTAN – fortaleciendo así la posición de los Estados Unidos. La limitación de la UE por el brexit favorece la perspectiva y los intereses de Washington. Debe siempre recordarse que en el conflicto de 1982, la posición de los Estados Unidos fue de respaldo diplomático y militar a Londres, cuando evitó la aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), cuya aplicación ante una agresión extra continental a un país americano, ese acuerdo jurídico tendía – supuestamente – a enfrentar. En ese momento, la Organización de Estados Americanos (OEA) planteó su utilización lo que fue bloqueado por los EEUU. Por ello, salir de la OEA y denunciar el TIAR constituyen objetivos no cumplidos de una política de liberación de Malvinas y de defensa de los intereses de América Latina.

La presencia de la poderosa base de Mount Pleasant en la isla Soledad, con su aeropuerto militar y la brigada de infantería allí instalados [1], sumado al despliegue de la flota real con sus submarinos atómicos, implican un peligro para la soberanía argentina que se suma a la cuestión específica del diferendo territorial.

Por ello, es que la política exterior argentina debe luchar para restablecer la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y su Consejo de Defensa Suramericano (CDS), la máxima expresión de una política de defensa continental que la reacción anti nacional y anti popular producida en América Latina produjo con los gobiernos como el que en la Argentina encarnó Macri.

La acción militar argentina en el mar Austral debe acompañar y respaldar a la política internacional que con la solidaridad de América Latina y los países de Asia y África ha conseguido fortalecer de manera significativa la posición argentina en este conflicto.

La Argentina está fortaleciendo su posición de Defensa en la región con la instalación de nuevas posiciones de radar para controlar el espacio aéreo; con la ampliación de la base naval de Usuahia y el incremento del patrullaje marítimo en la zona. A ello concurre también la continuidad de la campaña anual en la Antártida, la presencia continuada más extensa de un país en el Continente Blanco. Ocurre que Malvinas y las islas incluidas en el reclamo soberano argentino, como las Georgias del Sur, las Orcadas y las Sandwich, constituyen un mismo tema junto a los derechos reclamados en la Antártida por la Argentina entre el parelelo 60 y los meridianos 25 y 74. De hecho, la ocupación británica de Malvinas constituye el punto de apoyo para su reclamo de soberanía en el Continente Antártico.

La Argentina es un país bicontinental porque sus territorios se incluyen en el Americano y en el Antártico. El nuevo mapa oficial es una manifestación de la decisión nacional en la materia. Su presencia en el mar Austral constituye una reivindicación soberana sobre sus aguas y las tierras sobre las que se asientan. Los recursos pesqueros, minerales y de todo tipo, la actividad turística, son parte de las riquezas de la Nación.

Es importante que la lucha por Malvinas y las islas del Atlántico Sur no sea distorsionada con un enfrentamiento latinoamericano con países vecinos, pese a las diferencias vigentes y las aspiraciones entrecruzadas tanto en reclamos territoriales (como las diferencias entre Chile y la Argentina por la Antártida) o políticas económicas, ambientales o de cualquier tipo. Todo enfrentamiento en los marcos latinoamericanos termina favoreciendo a las grandes potencias. Por ello, la acción política con las fuerzas partidarias, culturales, sociales y económicas de los vecinos se constituye en un objetivo de primera importancia en esta circunstancia.

Es también importante, subrayar la necesidad de incrementar la acción argentina en el exterior. La existencia de la Secretaría de Malvinas vigente en el gobierno nacional debería ser complementada por una Comisión Popular por Malvinas, Antártida y el Atlántico Sur que nuclee, entre otros organismos, a universidades, sindicatos, entes culturales y asociaciones vecinales, para desarrollar fuera del país y, especialmente, en la propia Gran Bretaña relaciones y presencias directas que expliquen la posición nacional. 

Pese a la acción antinacional de los defensores de la abdicación de la soberanía territorial y de los apologistas y defensores del capital financiero internacional, la reivindicación de la soberanía argentina en las Islas Malvinas ha crecido en nombres que identifican municipios, ciudades, asociaciones civiles, clubes deportivos, plazas, premios y distinciones, monumentos y actos de recordación. La causa debe pasar a otra instancia cuantitativa y cualitativamente para sostener, hasta la victoria, que llegará cuando sea su tiempo para convertir en definitiva la manifestación del ministro Juan Atilio Bramuglia, primer canciller del presidente Juan Domingo Perón, en la ONU: “las Malvinas fueron, son y serán argentinas”.         

*Director de la Cátedra Libre de Defensa Nacional-UNLP


[1] La base tiene dos pistas de 2500 y 1500 metros de largo. Tiene una dotación de la RAF (Royal Air Force) de 4 Eurofighter Typhoon, un avión cisterna Vickers VC-10 para reabastecimiento en el aire, un C-130 de  Hércules de transporte pesado, y dos helicópteros Sikorsky. Tiene destinado allí un destacamento de misiles anti aéreos Rapier.

Pin It on Pinterest