PRENSA

Por Graciela Falbo*

El Día del Libro se celebra, a nivel mundial, los 23 de abril. La fecha fue elegida por la Unesco, en conmemoración a la muerte de Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, los tres autores murieron ese mismo día en el año 1616.

La idea de una fecha que festeje el libro como objeto central de la cultura surge en España a principio de la década del 20 del siglo pasado. Fue en 1923 que el escritor y editor Vincent Clavel Andrés propuso instituir un día al año para alabar al libro. El festejo debía coincidir con el día del nacimiento de Cervantes, pero no hubo acuerdo ni confirmación del dato cuando se discutió una fecha oficial. Sin embargo una tradición nacida también un 23 de abril precedía a esta idea, se había originado en Barcelona e instalado como una fiesta  popular en la que los libros eran los protagonistas. Alguien eligió el día de  Sant Jordi, el patrón de Cataluña, la celebración nació como un movimiento romántico en el que las parejas intercambiaban un libro por una rosa. Como no podía ser de otro modo, ya que de libros hablamos, la fiesta tuvo origen en la leyenda de la lucha de Sant Jordi con un (el) dragón.

En la Argentina, uno de los festejos importantes  alrededor del libro sucede también en el mes de abril. Este mes inicia cada año la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, lugar donde escritores, editores, lectores y referentes de la industria editorial se reúnen para compartir el objeto que los apasiona: los libros. Es que la pasión por los libros, las diversas formas de indagar sobre ellos, las preguntas sobre qué  papel cumplen en la cultura, no ha menguado entre lectores y escritores desde que Cervantes escribiera El Quijote, un libro que trata precisamente sobre un entusiasmo lector. El Quijote nos habla de la  pasión  que entreteje a  libros y lectores pero también de muchas otras cosas: de la locura, la imaginación, el sueño, y de  la inmensa capacidad de la escritura de  crear nuevas configuraciones, nuevos matices, de producir en fin en el lector un cambio en la mirada del mundo, en otras palabras una transformación cultural.

En su precioso libro El infinito en un junco la escritora Irene Vallejos dice que   “En diferentes épocas hemos ensayado libros de humo, de piedra, de tierra de hojas de juncos, de seda, de piel, de harapos, de árboles y, ahora, son de luz – los ordenadores y los ebooks- han variado en el tiempo los gestos de abrir y cerrar los libros, o de viajar por el texto. Han cambiado las formas, su rugosidad o lisura, su laberintico interior, su manera de crujir  y susurrar, su duración, los animales que los devoran y la experiencia de leerlos en voz alta o baja. Han tenido muchas formas pero lo incuestionable  es el éxito apabullante del hallazgo. Debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas fabricadas por la especie humana” 

Esta reflexión  nos hace volver al  Quijote, 1604 es el año en que el libro sale por primera vez de la imprenta. Es un texto diferente a todos los que se habían escrito hasta el momento. Un libro movido, travieso, burlón, que habla de la lectura, que deconstruye formas de leer el mundo y de escribir la vida. El héroe es un ser hermoso y desquiciado en lucha contra la vulgaridad, atrapado por las fingidas y disparatadas historias que le cuentan sus  libros de caballería. Cuando El Quijote sale de imprenta circulaban ochenta de estas historias de caballería, centenares de ediciones, miles de textos llegaban a un público hechizado que no dejaba de leerlos.

La lectura ¿Maravilla?

Pasado el tiempo El Quijote permanece los otros textos quedaron en el olvido, ya no están. Una vez más es bueno reparar en la eficacia con que un solo libro, una muestra del genio humano, es capaz de deshacer con su potencia a la más vanidosa biblioteca.

*Profesora de esta casa de estudios.

Pin It on Pinterest