Aula 20 Felisa Stangatti

Profesora felisa Stangatti en primer plano, sonriendo

Cálida, inteligente y apasionada por la docencia y el ejercicio de la comunicación, Felisa Stangatti, fue profesora, investigadora y jefa de trabajos prácticos en nuestra Facultad. Dio clases en el Taller de Lectura y Escritura II, en el Curso Introductorio, en la carrera de Comunicación Digital, como así también acompañó procesos de finalización de carrera de grado y posgrado.

Se desempeñó además, en espacios de prensa institucional pública de la provincia de Buenos Aires. 

Del seno de una familia peronista, en su cuenta de Twitter @lahijaD, se identificaba como «peronista por herencia y por convicción». Se fue joven, a los 42 años, pero nos dejó un legado inmenso en cuestión de convicción y amor.

Lo que decimos de Feli

Alguna vez leí que los sonidos registrados en las primeras horas del nacimiento, acompañan de alguna manera durante toda la vida.

Felisa nació casi al filo de la medianoche en Coronel Dorrego, el lugar del comienzo de nuestro desexilio.

La mañana siguiente, temprano, llegué a la Clínica, con un walkman. Su hermosura era increíble, no tenía una sola arruga.

Le acerque el aparatito al oído, mientras ella dormía serena. Y escuchó, bien bajito y sin moverse, su primera canción: “La Vuelta de Obligado”, un aire de triunfo en versión de Alberto Merlo, cantor surero.

Y así, como ese triunfo, fue en los intensos cuarenta y dos años que pudo vivir: noble como el hierro de las cadenas que los patriotas cruzaron en el río para frenar a los franceses, obstinada como Lucio Mansilla y Pascual Echague, decidida como los cañonazos de las baterías en la Angostura del Quebracho que bramaban: “de aquí no pasan» y dulce como la cadencia mansa de las aguas cuando acarician la costa del Paraná.

Y así es, como cuando una fotografía nos devuelve por un instante su sonrisa inolvidable y los dedos en V.

El Gato Stangatti, papá de Felisa.


“Pi y Olin eran dos ardillitas que vivían en el bosque.

Les gustaba mucho comer noeces, bellotas y vellanas.

Trabajaban muy duro juntándolas para contar con comida durante el invierno.

Alguien se comió todas sus provisiones!

Estaban escondidas en el árbol hueco!

¡Cómo se morarían de hambre!”

Palabra más, palabra menos. Su vocecita retumba en el recuerdo.

Repetía página por página los relatos cortos de los libritos de tapa dura que le traía el abuelo Héctor de la estación de trenes cuando volvía de trabajar. En más de uno se cruzó con Oesterheld sin saber quién era aún.

Su dedito la iba guiando por los renglones como si supiera leer. Era muy chiquita. 

Pero eran tantas las veces que pedía que se los leyeran que, recordaba exactamente lo que decía en cada hoja (como con las letras de las canciones).

Es más, si la primera vez le era leído literal y en las siguientes, alguien se atrevía a cambiar una palabra pensando que le sería más fácil comprender o, con la intención de suavizar un relato algo duro, inmediatamente lo detenía al grito de: “¡Ahí no dice eso!”

En un hogar de ávidos lectores, su acceso a la lectura fue natural y deseado.

Hojear un libro y más adelante leerlo, se convirtió en un hábito previo al descanso de la noche, a la hora que ésto sucediese. Incluso avanzada la hora al volver de alguna salida familiar.

Quienes maternamos y paternamos, muchas veces adiestramos el oído de manera tal que nos permite, sin ver, reconocer algunos sonidos en la habitación de nuestras/os/es hijas/os/es pequeñas/os/es.

El clásico sonido del libro cayendo al suelo lo confirmaba: se durmió, a apagar la luz.

“Paco Paquete, que me derrites” quedó como reacción a los mimos.

“Elige tu propia aventura” para la vida.

Apasionada en todo lo que amaba.

Una guerrera.

Mariana González, mamá de Felisa.


La partida de nacimiento dice que María Felisa Stangatti nació en Coronel Dorrego, pero Feli es más de Berisso que el linyera “Sietesacos”. Cómo podría un tandilense saber eso si ella no fuera de allí. En realidad, Mariana y Luis, estaban viviendo en Monte Hermoso en diciembre del ‘79 cuando nació. Quizá por eso, faltó a su cita al mar solo un verano en toda su vida, por la pandemia y es en esa playa donde fue más feliz.

Y aunque me pidieron una semblanza suya para el Aula 20 de Periodismo que llevará su nombre, prefiero hablar de mí.

Hasta hace poco me creía un tipo común. Nunca me saqué un premio en una rifa, ni me gané un viaje, ni mucho menos el Quini. Y a muchos les podría parecer que no soy un tipo con suerte, incluso yo lo creía. Sin embargo descubrí que lo soy. Y uno con mucha suerte. El chiste de ser afortunado es que no se note mucho sino se sufre. 

Haber compartido “algo” con Feli -un trabajo, un recital, una cena, una discusión, una clase-, ya hubiera sido una prueba contundente de mi buena estrella, pero no lo percibía así porque no soy inteligente, solo tengo suerte. Y de los que tienen suerte con mayúsculas.

Tuve la oportunidad de ser testigo de un ser excepcional. Lo fui desde un lugar privilegiado. Yo pude conocer cada una de las múltiples y riquísimas aristas de Feli: sus muchas capacidades profesionales, su compromiso militante, su vocación por enseñar sin mezquindades, su pasión por la lectura, su liderazgo positivo en los equipos de trabajo, su facilidad para escribir (¡y bien, muy bien!), su desparpajo ante la solemnidad, su creatividad, su claridad en las ideas, su simpleza en la complejidad, su calidez, su afilada inteligencia, su humor corrosivo. 

Soy de los tipos con más suerte que hayan existido en el mundo y en la historia, porque me eligió. ¡A mí! ¿Me lo merecía? No lo sé. Pero ni los afortunados ni los poco inteligentes nos hacemos ese tipo de preguntas. 

Puedo confesar ahora y por fin sin miedo a que me juzguen, que disfruté compartir mi vida con Feli con un egoísmo insensato. Disfruté que aplauda una comida, tener códigos secretos, viajar juntos, compartir la música y apoyarnos mutuamente en todo ¡Qué suerte!

Incluso en mi buena racha, elegimos y pudimos ser padres de Helena y de Carola. Y cuando eso pasó, sentí que había acertado otro pleno. Yo hice saltar la banca, negro el 27, colorado el 4 y negro el 5… ¡Todos acerté! ¿Quién puede mirarme a los ojos y decirme “Loco, qué mala suerte”?

Helena y Carola creen que tienen unos amigos millonarios. Pero la verdad es que no tienen suerte. Una tiene un amigo millonario en figuritas y la otra, una amiga millonaria en fibras de colores. Mis hijas y yo, los amigos de Feli, sus padres, sus hermanos, sus tíos, mis hermanos, mis padres, tenemos, tuvimos, mucha suerte. Formamos parte de un mandala perfecto que nació de un punto concéntrico que atrajo y soltó amor en todas las direcciones. Ahora lo sabemos: elegimos girar alrededor de Feli, porque nos recordaba lo suertudos que somos, porque siempre nos hacía ganar y porque nunca nos íbamos con las manos vacías.

Eso es todo lo contrario a la mala suerte. No sé cuántos pueden decir que tuvieron ese tesoro. Cuántos tienen la valentía de amar como Feli. De ser amados como Feli.

Algún suertudo como yo habrá, pero no lo dirá en voz alta. Para que no se note mucho. Porque sino se sufre.

Alejandro Della Maggiora, compañero y papá de Helena y Carola.


Feli

Feli me enseñó cómo ser hermano.

Esa hermana mayor que es hermana pero también un poco madre, “sí, hacé la tarea”, “bañate”, “ordena la pieza” pero también hermana cómplice, la que conectaba internet por Dial Up a escondidas, la que traía figuritas después de volver de la facultad, la que me enseñó a leer Harry Potter, la que jugaba a la play.

La hermana confidente, la que te ayuda a entender cómo ser hijo y ser adulto, porque ya las vivió todas, porque te lleva ventaja en años de hija y de vida. La que te abraza si todo es una mierda y llora con vos.

Feli también me enseñó a ser tío. Que abrazar a tus sobrinas puede hacer que el mundo tenga sentido por un rato. Que el tiempo es poco y hay que aprovecharlo jugando.

Feli me enseñó a crecer pero también creció conmigo.

Hoy siento que la vida nos debe 50 años para seguir siendo hermanos. Me gusta creer que algún día nos vamos a ver de vuelta y los vamos a recuperar.

Juan Stangatti, hermano.


Gordita, gorda, bebé, amiga, mi reino por volver a escuchar la voz de Feli llamándome para ver algo del trabajo, para charlar sobre una serie, para ver alguna pilcha o conversar sobre los amores que se fueron y los que vendrán.

Feli me enseñó a enseñar, me enseñó a mirar y entender qué pasa. Siempre fue un faro que alumbraba cuando todo se ponía oscuro o difícil. Desinteresadamente y sin la mínima mezquindad me ayudó a mi y a todos a su alrededor. Nadie es igual después de haberla conocido a Feli.

Feli fue oportunidades de trabajar, de crecer, de aprender, de equivocarse y seguir. De aprender de otra cosa y así. Ojo con la política del errorismo, preferirse equivocarse que decir que algo fue un error, podría pasarme un buen rato repasando frases que no voy a volver a escuchar.

Feli fue mi oportunidad de expandir el corazón, de compartir amigues, familia, sobrinas del corazón.

Feli fue mi amiga amada que me protegió siempre, que me dio la mano y me empujó para adelante. Que confió en mí, incluso cuando yo a veces no lo hago.

Feli fue el vestido rojo sin usar y un millón de consejos que cada día me gusta repasar.

Feli es ¡te amo gordita, dale!

Siempre al hueso, siempre por la política, siempre lo bueno se dice en público lo malo se charla adentro. Siempre con paciencia, humor y con amor.

Sofía Pástine, compañera y amiga.


Justifica tu día, como Feli

Año 2022. 22 años de amistad. Miles de anécdotas compartidas. Risas, llantos, viajes, hijos, hermandad. Nos elegimos en el año 2000, durante la cursada de Radio II en el edificio de la calle 44, enfrente de la casa de “la abuela Fela”.

El primer trabajo práctico que hicimos juntas fue el día en el que murió Rodrigo Bueno. Paradójicamente ese día perdí un ídolo y gané a una hermana. Teníamos que analizar un programa de radio de Marcela Feudale. “¡Qué embole!”, coincidimos las dos. Es verdad: era un embole. Pero ese día, en Burger King, empezó todo.

Coincidíamos en gustos, en escritura y hasta algunos nos preguntaban si éramos hermanas. Y sí, lo éramos, porque nos habíamos elegido como hermanas. Es que nos habíamos mimetizado: hablábamos igual, nos movíamos igual. Hasta la profesora de “Escritura creativa” nos confundió durante toda la cursada y al terminar y ponernos la nota, nos lo confesó y las dos le hicimos el mismo chiste: “Yo soy la que escribe mejor”. Y nos fuimos las dos con un 10 cada una.

En 2002, terminamos de cursar, pero hasta 2004 no empezamos el proceso de tesis. Las dos estábamos seguras de que queríamos trabajar con algo sobre ese 2001 que nos había marcado tanto, por los atentados a las Torres Gemelas y la toma de la Facultad, además del contexto del país del que no fuimos ajenas. Y queríamos que sea con Página/12, que obviamente era el diario en el que soñábamos trabajar. Las contratapas del diario eran nuestra sección favorita, así que ese fue nuestro tema: las contratapas de todo el año 2001, buscando una definición de esa sección y acercándonos a sus escritores.

Nuestra cita era cada sábado, en su casa del barrio Los Talas de Berisso, o en la mía de Villa Elvira. Teníamos que tomarnos dos micros, o usar a algún familiar o amigo de “taxi”, pero la cita era impostergable. Cuando yo hacía de local, le cocinaba pastel de papas, que era la comida que más le gustaba. 

Feli decía que había enanos que nos robaban los textos porque en todo el proceso de tesis desaparecían y aparecían los apuntes de manera asombrosa. También el típico “hoja manchada (con mate), hoja aprobada” nos acompañó durante dos años.

Durante la escritura de la tesis, tuvimos el placer de que el escritor Antonio Dal Massetto, que había escrito más de 50 contratapas ese año, nos recibiera una calurosa tarde en su departamento del barrio de Recoleta. Entramos a su lugar de escritura y en la pared había un cartel que decía: “Justifica tu día” y, a partir de ese día, esa fue nuestra frase más usada. Y es lo que hizo Feli: justificar el día. Siempre.

En 2005, fui mamá de Rodrigo, que se transformó en el primer ahijado de Feli. Por Rodrigo, el trabajo, la vida, nos tomamos la tesis con mucha responsabilidad, pero sin imponernos tiempos. La disfrutamos, aprendimos y la defendimos rodeadas de amigos y familiares el 14 de septiembre de 2006, coronando una carrera que Feli amó desde el día cero.

Como dije anteriormente, son miles las anécdotas que tengo con ella, tuve el placer de verla mamá, tengo el honor de ser la madrina de Helena, pero elegí contar cómo fue nuestra tesis porque gracias a la “Facu de Perio” nos conocimos. Y eso fue maravilloso porque nos transformó, nos hizo reconocer nuestras virtudes y lidiar con nuestros defectos.

La primera palabra que se me viene a la mente cada minuto que la pienso y la necesito es “amor”. Después ella era lealtad (como una buena peronista), responsabilidad y también compromiso.

Una mujer súper inteligente, práctica, con mucho sentido común, empatía, y una mirada colectiva, nunca individual.

Y así vivió hasta el final: justificando sus días, poniendo a los otros siempre primero. Dispuesta a cualquier hora a dar un consejo; a redactar un mensaje o mail por vos para que sea políticamente correcto; “puteando” sin putear. A dar sin pedir nada a cambio.

A mí se me fue la mitad de la vida con ella y hago el esfuerzo de recordarla con una sonrisa cada minuto, aunque todos los días le pregunto: “¿Cómo que no estás, y ahora qué hago?”.

“Nadie sale igual después de pasar por Feli”, dijo Alejandro, su compañero, al despedirla. Y es tan, tan cierto. Estoy convencida de que su paso por este mundo, fue para transformarnos. Intentaremos nosotros también justificar nuestros días, imitándola.

Noelia Zapico, compañera y amiga.


Hace unos días me escribió Sandra, una amiga de Feli a la que (por ese carácter transitivo amoroso que ella generaba) ya siento mi amiga. Me pidió que escriba sobre nuestro paso por la Facultad. Me bloqueé como si escribir no fuera mi metié. Cómo escribir en pasado sobre alguien que habita en mis entrañas. Cómo escribir en pasado si su risa y su voz resuenan en mi casa. Cómo escribir en pasado si mis hijos la nombran en presente. Traté de cumplir aunque sé que ella lo hubiese corregido de punta a punta.

Con Feli nos conocimos en esta Facultad cuando estudiar Periodismo implicaba, además de cumplir con lo académico, correr entre el Jockey Club y el edificio de 44. En esas cuadras nos hicimos hermanas.

Estudiamos juntas en aquellos años entrañables y aprendimos mucho. Feli más. Ella siempre más. Más que todxs. Hasta se bancó discutirle correcciones a Malharro en aquel 2001 revuelto. Siempre constante, prolija, meticulosa, inteligente, temperamental, genuina y generosa.

El carrete de nuestra vida compartida está repleto de imágenes de Feli entre pancartas, poniendo el cuerpo y la voz a las causas necesarias. Plazas llenas, plazas no tan llenas, tomas, asambleas, sentadas,la represión en el Rectorado cuando la Alianza puso a la universidad al borde del abismo.

Periodismo pasó al edificio de calle 4 y Feli me invitó a dar clases con ella. Habrán sido tres o cuatro años en los que fui testigo directo de su sacrificio y amor para que las/os/es  pibas/es (como ella les decía) se fueran a tercer año más criteriosas/os y escribiendo mejor. Doy fe también de sus madrugadas corrigiendo cientos, miles de textos. Andaba por la vida cargando trabajos de sus alumnas/os/es a los que corregía con respeto y propositivamente:  «Fulanito/a: deberías, tendrías, fijate, ¿no te parece cambiar tal cosa?»

Por su dedicación y su talento creció en la profesión. Ocupó cargos importantes que le demandaban horas y horas pero (y a pesar de nuestras sugerencias) jamás dejó el aula en segundo plano. Tampoco el curso de ingreso, ni las religiosas reuniones de cátedras de los sábados, ni las tesis que le proponían dirigir. Tenía la capacidad para hacer todo y hacerlo bien.

Cuando pasó lo de Feli (y eternamente diré “pasó lo de Feli” porque hay un verbo que jamás podré conjugar pegado a su nombre) me llamó mucha gente que no era de su círculo íntimo: colegas, ex alumnas/os/es, ex compañeras/os/es de la facultad. Todas/os/es coincidían en que su forma de vivir, de amar, de trabajar y de enseñar la dejan acá, con nosotras/os/es para siempre.

Yo también sé que es así. Que Feli está en todos los planos, que nos empuja y nos retempla. Que está acá en el aula 20 donde la trajo el amor y eligió quedarse para siempre.

Maru García, compañera y amiga.


En 2010 el aula 20 de la facu era un espacio más de un edificio casi “a estrenar”. Un mimo para una estudiante que volvía a la ciudad de su niñez luego de la migración de sus padres a Salta. 

Al “¿quién sos?”, le respondí: “Agustina y de Salta”, casi como mi apellido. “La Linda”, me dijo Feli cuando me presenté en ese espacio incómodo de todo inicio de cursada. Si digo que Feli conquistó mi corazón en ese momento puedo sonar exagerada, pero el pibe del interior que esté leyendo esto sabe que es una opción muy valedera. 

Los martes a las 10.30 AM fue nuestra cita por un año. Con Feli y Sofi, quienes hoy, son dos de mis personas favoritas en el mundo. En una sala “a estrenar” que llenamos de intensos debates y charlas eternas. 

Trabajé con Feli mucho tiempo después de eso, me invitó a ser su ayudante. Además, me ayudó a recibirme con su primera dirección de Tesis. Lo hizo como nadie, porque era como nadie. 

Que el aula 20 se llame Felisa Stangatti habla bien no solo de Feli, sino de todo el equipo humano de esta Facultad. Ella valió la pena siempre, e hizo que nuestro paso por esta casa valiera siempre mucho más de lo que creíamos. Lo de nuestra amistad es un tema aparte, pero sin dudas esta aula marcó mi vida para siempre, como lo hizo ella. 

Agustina Martínez, compañera y amiga.


Feli, Ale y los monstruos

En su cuentito/anécdota, escrito para la Revista Orsai, Feli (Felisa Stangatti) comienza relatando las advertencias de la tía Ana a su sobrinita cada vez que se portaba mal.

– Va a venir el monstruo marino-, le decía.

Y cuando a un monstruo no se lo define con lujo de detalles (un ojo, cuatro colmillos afilados, garras como cuchillos, cuernos, varios tentáculos, etcétera) queda librado a la imaginación. Ese es el peor de los monstruos. El imaginado.

. . . . . 

El miércoles vi una publicación en redes sociales de mi amigo Ale (Alejandro Della Maggiora). Está su foto (parece ser un bar, por lo que se ve detrás. En primer plano, él mirando para abajo, suéter negro; algunas sombras en su rostro le bosquejan un cansancio que no es sueño). El texto que acompaña la foto es escueto y de Fito Páez: “Giros. Todo da vueltas como una gran pelota. Todo da vueltas casi ni se nota”.

. . . . . 

Y a mí era como si me empezara a sonar un bandoneón en la garganta.  Debe ser mi imaginación, pensé. Como con los monstruos.

En la anécdota de Feli, la nena imagina al monstruo gigante, peludo y con algún olor ácido. La tía le pide que la acompañe a comprar bizcochos y leche al almacén de Ponce. Bajan la escalera y la nena cuenta los escalones. Primero son doce, hasta la primera puerta; luego, ocho, y llegan a la segunda, que da a la vereda. 

El almacén está a media cuadra, cruzando la calle. En la puerta tienen que atravesar la cortina de tiras azules, acanaladas, que siempre se quedan pegadas en los dedos.

Adentro están la penumbra y la mujer de Ponce atendiendo a un cliente.

. . . . . 

No me animé a preguntarle a Ale qué le estaba pasando. Lo conozco desde hace mucho y en muchos aspectos, desde antes de que se fuera a vivir a La Plata. Pero no tengo esa confianza que permite la intromisión de indagar sobre algo que por alguna razón no quiso decir abiertamente. Sé, además, que su compañera atravesó una situación muy delicada de salud el año pasado.

Quizás tenga que ver con eso. Suena un bandoneón. ¿Seré yo? “Todo da vueltas…”.

Ay, ojalá que no

. . . . . 

Si la foto de Ale es en un bar y no es una selfie, seguro que se la sacó Javier. Suelen juntarse en los bares de Buenos Aires o La Plata a tratar cuestiones profesionales, de la docencia y de todo el resto de las cosas, que son las más importantes.

– Decime, Javier –le escribo por wap-. ¿Le pasó algo a Ale? Publicó una foto con la primera estrofa de Giros, de Fito. Hay algunos comentarios con “abrazos” para él…

Javier tarda en responderme y tiene sus razones

– Se me inundó la casa –me dirá por audio casi una hora después-. Recién se fue el plomero y ahora tengo que limpiar todo, porque es un quilombo. Dame un tiempito. Termino esto y te llamo. Sí, Ale está complicado…

“Parece de otro tipo, pero soy yo….” (me susurra Páez y vuelvo a nombrar a Dios).

. . . . . 

El cuentito/anécdota transcurre en Tolosa, en una tarde de otoño con mucha humedad, agobiante y las persianas de la vidriera de la despensa de Ponce están subidas hasta la mitad. Hay un cierto clima de penumbra acentuado por el motor de la heladera mostrador que gime de corrido su monótona queja.

La tía Ana sujeta la manito de la nena. Por un lado, le permite hacerle unos mimos con el dedo pulgar sobre el dorso de la mano chiquita que envuelve. Por otro, la tiene sujeta por si se le da por empezar a toquetear todo lo que hay en el almacén.

La nena acepta ambas cosas. Quizás esté pensando en el monstruo.

. . . . . 

Es la noche del día del censo y suena mi teléfono. Es Javier. En otras circunstancias le hubiera preguntado por el plomero, la pérdida del caño, la inundación hogareña. En otras circunstancias él hubiera empezado la conversación con ese tema.

– ¿Sabías que a Feli le hicieron un trasplante hace unos días?

– No, si no me contás cómo voy a saberlo.

No me lo había contado porque el asunto se fue complicando. El relato de Javier va de mejorías leves a nuevas complicaciones y de allí a esperas de evoluciones. En eso estaba Feli, en una sala de terapia.

– ¿Cómo está Ale?

Y estaba como la canción de Fito: volviendo a vivir lo del año pasado. Ir al hospital en horario de visita, esperar el único parte del día, estar con Feli o a veces conformarse con verla detrás de un vidrio. Volver a la casa, contarles a las nenas. Ir a trabajar. Volver. Incertidumbre multiplicada en horas, en días.

– ¿Y qué va a pasar, Javier?

– Hay que esperar. Los médicos dijeron que es increíble la voluntad de Feli. Cómo se aferra a la vida.

. . . . . 

Las cortinas de tiras azules del almacén de Ponce estallan y se abren. Entra una mujer grandota, con una gorra de red en la cabeza que le deja ver los clips de los ruleros. Lleva una remera de seda natural por la que se trasluce todo: los rollos, los contrarrollos, la transpiración. La mujer da pasos por el almacén y tose, una tos de Particulares 30 en cantidades diarias, generosas.

La nena se aferra a la mano y a las piernas de su tía Ana.

– Wishi, wishi, wishi, wishi…-, susurra.

– ¿Qué te pasa?-, le pregunta la tía.

– Es el monstruo marino.

Suelta por un segundo la mano aferrada a la pierna de su tía y señala a la mujer grandota. Ahí estaba el monstruo. El olor ácido que le había imaginado era a tabaco.

. . . . . 

El grupo de whatsapp en el que estamos Javier, Ale, yo y algunos otros conocidos está silenciado, como todos mis grupos.

El jueves me desperté temprano como siempre y mientras preparaba el mate, revisé el celular.

– Con mucho dolor les contamos que esta madrugada Feli partió de este mundo. Vivió intensamente, con compromiso, valentía y alegría, espantando miedos propios y ajenos, dando todo en todo. Así la llevaremos siempre en nuestro corazón y esa huella seguirán nuestras hijas. Una vez más, gracias a todos.

. . . .. 

Feli -Felisa Stangatti, 42, periodista, docente, trabajadora, comprometida, compañera de Ale, compañera, mamá de dos nenas, inquieta, curiosa, lectora empedernida-, Feli y la nena de su anécdota dejaron de imaginar monstruos: los miraron a los ojos. Entonces, ella se soltó de la mano que la aferraba y se fue, como dijo su compañero.

No, no todo el mundo tiene primaveras.

Es otoño de agobios y penumbras.

Texto de Marcos González, periodista y escritor de Tandil, publicado en la contratapa del diario El Eco de Tandil en 20/05/2022.


Ojo los tiempos verbales

Fran dice:

Te quiero

Te lo indico:

Yo te quiero. Yo te quise. Yo te quería.Yo te querré.

Yo te querría.

De manera subjetiva, siempre.

Mejor lo compongo con tu marido y compañero A:

Él te ama

Él te ha amado.

Él te hubiera amado.

Él te había amado.

Te habrá amado.

Amado, amaría, amará, ama, hubiera amado, amase. Amó, haya amado, habría amado.

¡Ama!

¡¡¡Te ama!!!

No lo cambiaría por nada.

Aunque te haya amado, hubiera amado o hubiese amado.

Salvo por H y C.

Más descripción le pedías al cronista.

No puede describir lo que siente.

Gracias

Creo que entiendo el rito. No los finales, eso es un concepto.

Cierro con una idea robada.

Después del Censo 2022, hoy nos levantamos con la certeza que serás una en todxs lxs millones que habitamos este espacio.

Gracias por enseñarnos a ser mejores compañerxs, por aquél puntapié, por ser una guía para llegar a buen puerto, por el biri biri y el kintusgui literario.

A navegar

Francisco Errasti, tesista.


Familia y amistad

“…Compartimos algunas gotas de sangre pero más tenemos en común un amor profundo que se apoya sobre el humor, la sinceridad y la confianza mutua…”

Esas son algunas de las palabras que Feli me dedicó públicamente para un cumpleaños, y que si bien pude decirle que las compartía en un todo, hoy en este espacio puedo explicar el porqué de ese sentir tan recíproco.

Gotas de sangre: Feli se refería al hecho de compartir el parentesco colateral del cuarto grado, en criollo “las primas segundas”. Ese primer contacto en la vida lo tuvimos gracias al tronco común materno formado por su abuelo, mi abuela  y la hermosa amistad que aún comparten nuestras madres, a quienes  les estoy enormemente agradecida.

Amor profundo: Con el correr de nuestros primeros años –infancia y adolescencia- fortalecimos aquel vínculo familiar de semejante manera que nos elegimos como amigas inseparables, con la particularidad que nos distanciaban unos 590 kilómetros desde  Berisso a Coronel Dorrego. Claramente no existía en aquellos tiempos la inmediatez en la comunicación que luego permitiría la tecnología. Era impensado un mensaje por WhatsApp, un par de audios al día, llamadas cotidianas, cantidad de videos que ya de más grandes nos permitieron seguir minuto a minuto nuestros logros o frustraciones, amores y desamores, novedades, chismes, y hasta el crecimiento de nuestras hijas.

Sin embargo debo reconocer que siempre tuvimos la capacidad de hacernos presentes a través de cartas con estampillas postales que conservo bien guardadas, en llamados espaciados que requerían autorización para quitar un candado en el disco del teléfono fijo por ser llamada de larga distancia y engrosar esos meses la factura. Aún recuerdo mi emoción al hacer girar los primeros números 0 … 2 … 2 … 1, no olvido la alegría al escuchar su voz a través del tubo, las risas, los chismes y la nostalgia en cada despedida. Tanto nos adorábamos que lo más difícil siempre era el adiós, ya sea en la llamada telefónica (“cortá vos”, “ no,hacelo vos”, “dale, yo ya corté la última vez”, “te quierooooooo mil,” “no, yo te quiero más”). Esa misma nostalgia se repitió por años en una terminal de ómnibus, en un aeropuerto, o al ver nuestros autos alejarse,agitando manos, brazos, corriendo y tirando besos ruidosos al aire, anhelando el próximo encuentro.

Humor: En cada reunión con Feli, la diversión estaba asegurada. Montábamos ronda de chistes, dramatizábamos escenas cómicas o personajes, improvisábamos bailes, cantos y siempre abundaban las carcajadas y las lágrimas de risa no sólo nuestras sino de quienes nos observaron por años disfrutar sin limitarnos: abuelos, padres, y hermanos en primera fila siempre. Juntas potenciábamos ese sentido del humor al punto que con sólo mirarnos nos comprendíamos y adivinábamos mutuamente.

Estuvimos -a pesar de la distancia- muy presentes en los momentos importantes de nuestras  vidas: desde cumpleaños de 15, el debut en nuestras primeras salidas nocturnas, vacaciones con bufandas en la llanura dorreguense, infinidad de amaneceres –con tacos en mano-  y ocasos en Monte Hermoso, nuestros egresos universitarios, proyectos laborales y académicos, su casamiento y los de mis amigos bahienses, también nos acompañamos en las despedidas de nuestros seres más queridos. Luego la llegada de nuestras hijas multiplicaron los motivos perfectos para generar más planes, concretar más encuentros, viajes,encomiendas, comidas, fotos, más risa, y podría seguir..

Cada momento compartido con Feli fue especial y hoy son anécdotas que atesoraré entre mis recuerdos  más preciados.

Sinceridad: Según Wikipedia La sinceridad es la virtud de quién se comunica y actúa de acuerdo con la totalidad de sus sentimientos, creencias, pensamientos y deseos de una manera honesta y genuina” exactamente  así era como nos vinculábamos desde niñas con extrema confianza ya sea para decirnos o escribirnos las cosas más hermosas o para advertirnos posibles errores, omisiones o un urgente cambio de “look”. Lo que fuera, nacía con sinceridad brutal, siempre sin dobleces. Tal vez ese pilar en nuestra amistad haya sido la razón por la cual no existieron desencuentros.

Confianza mutua: Supimos de niñas que estaríamos siempre unidas. Ella comprobó en los ‘80 que prestándome la casa de Barbie y su colección de Mafalda yo las cuidaría como si fueran de cristal. En los ‘90 yo sabía que nadie lucía y conservaba “mi ropa de salir” mejor que ella y además volvía planchada a la perfección. Con el correr de los años 2000 se ganó el cariño de mis amigos, me hizo querer mucho a los suyos y con nuestras parejas cosechamos nuevos vínculos que fueron y son esos lazos fuertes de la vida.

Por último, más cerca en el tiempo, disfruté y aprendí mucho con el nacimiento de su primera hija Helena,aproveché sus consejos y tips infinitos.

Me regaló -por esa misma confianza- el placer de convertirme en madrina de Carola -su hija menor- quien comparte con mi hija Maite la misma diferencia de meses que nos llevábamos nosotras- y ambas celebrábamos que “las nuestras” armaran un nuevo vínculo de familia y amistad.

La ausencia de Felino no solo es reciente sino demasiado temprana y las despedidas -ya saben- nunca fueron nuestro fuerte.

Por eso es que hablar de Feli y narrar nuestras anécdotas  en ese tiempo verbal aún no es nada fácil y si pude escribir estas líneas fue porque tuve  ayuda de sus propias palabras.

No fueron las gotas de sangre lo que la transformó en mi persona favorita durante más de 40 años, fue su amor profundo, su humor, su  sinceridad y la confianza mutua, todo lo que además la hace inolvidable y eterna.

Paula Martínez Urquiza, prima, comadre y amiga.

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