PRENSA

Por el Dr. César “Tato” Díaz*

El martes 4 de mayo de 1971 comenzó a publicarse con una tirada de 40.000 ejemplares el matutino dirigido por  Jacobo Timerman. A 49 años de la aparición de La Opinión, se puede afirmar que  constituye, no sólo un  mojón en la historia comunicacional argentina, sino también un mito. En estas líneas se lo evocará como un diario “contradictorio”, con rasgos distintivos bien conocidos y, otros –políticos- que conservan –aún hoy- cierta opacidad.

No existen controversias respecto del nivel intelectual de los periodistas que  jerarquizaron su redacción –H. Verbitsky, J. M. Pasquini Durán, J. Gelman, O. Soriano, E. Raab, T. E. Martínez, V. Walsh, M. Bonasso, L. Gregorich, P. Giussani, A. Rotenberg, R. Casasbellas, E. Sajón, Z. Michelini, etc- aunque  no permanecieran mucho tiempo en el diario. Esta situación dio inicio a una suerte de rompimiento del pacto de lectura, que puso en tensión el verdadero significado del slogan que acompañaba el título: “el diario de la inmensa minoría”. Hay un aspecto que se debe subrayar La Opinión, hacia fines de 1977, ostentaba el triste récord de contar con dieciséis detenidos desaparecidos y cuatro asesinados entre periodistas y trabajadores.

También se puede coincidir en que, durante su breve existencia 1971-1981 tuvo una trayectoria zigzagueante frente a los distintos gobiernos de turno. Así tomó posturas: anti lanussista, lanussista, próximo al gobierno de Perón a través de Gelbard, contrario al gobierno de Isabel, sobre todo, de López Rega; gran constructor del golpe de 1976 y crítico –de algunos aspectos- durante el primer año del Proceso.

En abril de 1977, Timerman fue detenido a causa de la sociedad que mantenía con el banquero David Graiver, dueño de acciones en la Empresa Papelera y, quien meses antes acababa de morir en un dudoso accidente aéreo en México. Con posterioridad, tal como fue investigado por Marta Passaro, el diario fue intervenido el 25 de mayo de 1977, por el PEN. Hasta 1979 tuvo los siguientes interventores: el Gral. (RE) Teófilo Goyret  (26/5/77- 12/12/77), el coronel Francisco Basaldúa (12/12/77 -1/6/78) y el coronel Edgardo Fehrmann  (2/6/78 hasta fines de ese año) desde entonces y hasta que dejara de editarse, el 27/3/1981 (N° 3145), estuvo dirigido por un civil, Oscar Ruiz, pero controlado por la Comisión Nacional de Responsabilidad Patrimonial (CONAREPA). Esta particularidad lo convertiría, en este lapso, como “prensa de la dictadura”.

La Opinión, sin duda, ha hecho historia y aquí se recordarán dos acontecimientos constitutivos de su legendaria trayectoria. El primero,  un dato “de color”,  protagonizado por Arturo Jauretche, quien fuera retado a duelo, a raíz de una nota que publicara en el tabloide, criticando a un funcionario militar de YPF. Convite que el ya veterano comunicador/intelectual/escritor no eludió, saliendo ambos contendientes ilesos, tal como narró Horacio Verbitsky quien, clandestinamente, cubrió el suceso para las páginas del diario. Este acontecimiento se transformó en el punto final para que un escrito aparecido en un medio pudiera ser utilizado como excusa por el personaje interpelado para retar a duelo al periodista.  

El otro hecho que se desea rescatar, por la implicancia que tuvo para la visión que se intentó legitimar en los inicios de la democracia a través de la CONADEP, es un editorial publicado en julio de 1975. Por entonces, la sociedad argentina se hallaba profundamente dividida y confundida, parecía que todo era susceptible de ser reducido a una interminable dicotomía entre pro golpistas y antigolpistas, pro democráticos y antidemocráticos, corruptos y anticorruptos, violentos y no violentos. Dualidad ésta última que fuera abordada desde la primera plana de La Opinión. Allí, en uno de sus característicos “editorialitos” –de aparición esporádica, breves e impresos en letras cursivas-, el controvertido director Jacobo Timerman sorprendería, una vez más, a su “inmensa minoría”.

Analizando la complejidad de la coyuntura condicionada por el alto grado de violencia escribió: “la guerra librada entre la guerrilla y la contraguerrilla siguió derramando sangre sin pausa (…) Esta lucha cruenta entrañó, al mismo tiempo, la paradoja del juego diabólico de estas dos fuerzas que, opuestas en apariencia, se complementan”. El corolario del artículo transitaba el remanido argumento del final imaginado: “guerrilla y contraguerrilla se aliaron en el terror concientes de que la salida democrática conspiraba contra su existencia. Buscaron defender así, el único medio posible para su supervivencia: el país totalitario”. Insumo periodístico que bien pudo servir a Ernesto Sábato para escribir su prólogo al “Nunca Más” fundando su argumentación en la “teoría de los dos demonios” y no en el terrorismo de Estado.

*Director del Centro de Estudios en Historia / Comunicación / Periodismo / Medios CEHICOPEME de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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