PRENSA

Por Lalo Painceira*

En marzo de 1968, en la Facultad de Humanidades de la moderna Universidad de Nanterre, población del llamado Cinturón Rojo de París, estalló un conflicto con los estudiantes que se extendió a los pocos días, con la fuerza de un tsunami, a la histórica Sorbona y luego a los sindicatos de las principales fábricas francesas.

Este movimiento que desencadenó una huelga general que se decretó el 6 de mayo y que afectó a las universidades, a la enseñanza media y a los trabajadores nucleados en las dos centrales obreras francesas. Se sumaron profesores e intelectuales comprometidos (el “compromiso” fue una de las palabras clave de los ’60) como Sartre y Foucault, actores como Ives Montand y Simone Signoret, directores de cine como Goddard y Chabrol y de teatro como Jean Vilar.  También pintores entre los que se contaba nuestro Julio Le Parc. 

 El movimiento vistió a Paris hasta lograr que el gobierno nacional, presidido por el general De Gaulle, convocara a un presbicito. Mientras tanto, continuaron las manifestaciones  diarias y los graffitis sobre paredes abiertas a la esperanza colectiva que se convirtieron en un gigantesco pizarrón sobre el cual los jóvenes franceses dejaron frases que definieron a los años ’60 en todo el mundo: “Sean realistas, pidan lo imposible”, “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “No me liberen, yo me encargo de eso”, “Ser libre en 1968, es participar”, “La barricada cierra la calle, pero abre el camino”, “El sueño es la realidad”, “Dios, sospecho que eres un intelectual de izquierda”….entre otras, algunas tomadas prestadas a líderes revolucionarios.

Pero el mayo francés de 1968 no fue algo excepcional sino que visibilizó una nueva realidad que permanecía latente en el mundo. La oleada juvenil que hizo temblar el vasto dominio de los poderosos. Oleada que no se circunscribió a Francia, sino que ya había mostrado su poder en otras naciones, como las gigantescas marchas pacifistas en los EE.UU., en los procesos populares y revolucionarios de nuestra Patria Grande. Los jóvenes del mundo habían dicho ¡Basta! Y se convirtieron en un gigantesco tsunami que cubrió las ciudades de Occidente y también del Este, como la Primavera de Praga, por ejemplo.

La Argentina no fue una excepción. La Resistencia Peronista mantuvo viva la esperanza por una Patria Justa, Libre y Soberana y un año después de aquél mayo francés, se produjo el Cordobazo en el que confluyeron estudiantes y obreros, peronistas y  marxistas,  que se prolongaron en movilizaciones masivas en otras ciudades del país. Los movimientos de Liberación ganaron espacio en África y Asia y se constituyó el bloque internacional  de países del Tercer Mundo con una política equidistante del oeste y del este. Era otro mundo, eran otras expectativas, eran los años ’60. Años que, a quienes los transitamos, nos enfermaron de esperanza, como dijo Marguerite Duras. Esperanza que a pesar del tiempo transcurrido, se mantiene viva, más allá  que hayan pretendido que desapareciera. Porque el mundo nuevo, nuestro horizonte, estuvo muy cerca de ser una realidad, tanto que todavía nos ilumina desde la memoria.  

  En un encuentro posterior al mayo parisino, Jean Paul Sartre aconsejó a Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes de la gesta francesa: “Hay algo que ha surgido de ustedes que asombra, que trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho de nuestra sociedad lo que ella es. Se trata de lo que yo llamaría la expansión del campo de lo posible. No renuncien a eso”.  No renunciemos. La oleada de hoy suma el pañuelo verde y las reivindicaciones feministas y LGTB. La calle debe ser nuestra.

*Periodista y escritor

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