PRENSA

Por la Dra. Marianela García*

Hablar de muerte en estos días es difícil. A la exclusión, la pobreza y el odio ladino de los que quieren absolutamente TODO, se le sumó un escenario de contagio viral que nos recuerda que la muerte está a la vuelta de la esquina. Los proyectos de muerte y dominio tienen éxito frente a las sociedades atomizadas y paralizadas por el miedo. Un escenario ideal para la muerte.

Sin embargo, a pesar de sus luctuosas consecuencias,  la tragedia genera contrastes que habilitan nuevas reflexiones. Resulta hoy innegable la importancia de los estados presentes y los procesos de organización social. La pandemia de Covid-19 que azota al mundo este 2020 nos trae, al menos, una certeza ineludible: nadie se salva individualmente.

Esto mismo es lo que profesó Carlos Mugica en su lucha. Fue uno de esos líderes que encarnaron en sus vidas un profundo compromiso con los/as/es otros/as/es. Por eso fue blanco de la Triple A, que  descargó su balacera frente a la parroquia San Francisco Solano de Villa Luro un 11 de mayo de 1974. Su objetivo era claro: el exterminio de un pueblo que se organiza y que reclama frente a las injusticias.

Recordar a Mugica hoy, a 46 años de su asesinato, implica recuperar las acciones y los principios éticos que él mismo encarnó en su vida. Nos ha legado esta lucha que señala las desigualdades sociales, económicas, de género, étnicas, presentes en las sociedades del primer y tercer mundo. El acto de recordar -pasar nuevamente por el corazón como ya nos ha enseñado Rubén Dri en una de sus tantas charlas- está íntimamente ligado a la construcción de la memoria como ejercicio presente en la constitución subjetiva y social.

Recordar es un acto político, implica recuperar nuestras memorias de lucha como pueblo que se organiza en clave de nuevas tramas de amor y compromiso frente a un mundo desolado por la muerte, el hambre y la miseria.

Hacer presente hoy a Mugica implica entonces evidenciar la injusticia que imparten sectores de poder dominante que banalizan la muerte de sus pueblos, dan recomendaciones nocivas para sus ciudadanos/as/es en conferencia de prensa, tosen en actos públicos, esconden las cuentas de salud pública y aprovechan la extrema virtualidad para aumentar sus capitales financieros.

Es también revisar las conductas de control y castigo, desactivando, por ejemplo, la bruta propagación del odio a las personas detenidas. Vecinos/as7es que se paran en las puertas de sus casas tomando nota de quien entra y quién sale. Adultos/as/es que piden a la policía que le dispare al pibe que rompe la cuarentena en un barrio humilde de Córdoba.

Hay quienes se toman seriamente la cuarentena, atienden las recomendaciones y las medidas de aislamiento y denuncian conductas peligrosas, pero cuando escuchan que en la casa de al lado,  la violencia de género es diaria, dicen que es un asunto “privado”. ¿Qué sociedad es esta en la que un “patrón” mete a la “mucama” en el baúl de su auto?

En un sistema equitativo uno/a/e puede ser otro/a/e en cualquier circunstancia: puede ser quien queda varado/a/e en el extranjero, quien no tiene casa donde hacer la cuarentena, quien está solo sin nadie a quien llamar. Pero esto dista mucho de los que realmente sucede, lo que sucede es que las reglas así no lo permiten. Hay unos/as/es que tienen mucho y están lejos de estas situaciones y otros/as/es que ni siquiera saben cómo resolverán la comida del día. Carlos Mugica nos dice hoy que eso nos tiene que interpelar, pues el sufrimiento de los/as/es otros/as/es no es más ni menos que el propio.

Mugica, frente al terror de las fuerzas parapoliciales, opuso el principio fundamental de la Teología del Pueblo: los/as/es otros/as/es. Hizo la opción por los/as/es pobres, los/as/es olvidados/as/es, y en la Villa 31 de Retiro, allí donde la cuarentena tiene hoy otra cara, fundó la parroquia Cristo Obrero: una cristología del trabajo, el servicio y el amor.

Las pandemias en las historia no son novedad. La novedad radica en la oportunidad de hacer algo distinto con eso que recibimos. Repeler nuestras pestes recuperando la ética del cuidado, esa de las que las mujeres sabemos mucho porque hemos sido obligadas a aprender, pero que hoy puede ser el bien de esa distinción cualitativa. Porque lo que hoy se necesita es cuidarnos a nosotros/as/es para cuidarnos todos/as/es. Hoy, quienes hacen el bien para sí mismos en detrimento de los/as/es otros/as/es, no hacen más que reproducir la peste. 

*Directora del Observatorio de Comunicación, Estudios de Género y Movimientos Feministas y docente del seminario Cristianismo Revolucionario, Política y Sociedad de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Integrante del Colectivo de Teología para la Liberación “Pichi Meisegeier”.

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