PRENSA

Por Víctor Ego Ducrot*

esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría

al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo

tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas

nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada

nunca supongas que la espuma del alba se ha extinguido

después del rostro hay otro rostro

tras la marcha de tu amante hay otra marcha

Y qué los editores respetan sin mayúsculas y métricas porque la poesía del título y de las primeras líneas, de Edgar Bayley, así canta; y elegida fue para darle inicio a este intento de ensayo brevísimo acerca de nuestra cultura que es memoria en tanto Historia, y por consiguiente herramienta de intervención política, quizá la más efectiva como búsqueda de sentido porque su hermenéutica es estética.

En el contexto de nuestras presentes fiestas julias la antropóloga, lingüista y escritora Silvia Maldonado estuvo desde la distancia en el Espacio de la Memoria La Escuelita de Famaillá para comentar la novela Treinta y nueve metros, del periodista, académico y escritor mendocino Ernesto Espeche, doctor en Comunicación por nuestra UNLP.

El texto de Espeche, autobiográfico pero no tan sólo, fue editado por el sello Paradiso y al decir y escribir de Maldonado, es una portentosa novela en la que el personaje desciende treinta y nueve metros en un pozo – el de Vargas, en Tucumán, quizá el más horroroso de los horrores genocidas de la dictadura, donde fueron encontrados los restos de Carlos Espeche, padre del autor y militante médico que fuera del PRT-ERP -; abismo cráter, oscura caverna hasta el centro de la Tierra, va para recuperar en parte todo lo que no ha podido ser…Con lenguaje poético, hacedor del silencio y la memoria, revisa la literatura y la filosofía para rescatar el lugar del no ser que nos ha hecho de la vida un infierno repetido.

Maldonado es autora de La Bienaventuranza (2009), una novela en la que la sobrevivencia de quienes fueron víctimas dolidas de la misma dictadura registra en clave spinoziana la posibilidad ética de cierta venganza reparadora. Ella planteó en Famaillá que  nuestra historia – la de todos los pueblos – es memoria inapelable y puede ser narrada desde la literatura, con una hermenéutica y una heurística propias, distintas a las de la historiografía.

Las ideas no son consecuencias de generaciones espontáneas ni de momentos mágicos, si hasta toda epifanía responde a un saber o un soñar preexistente.

Por eso: ¿Por qué no entender a nuestra cultura toda en tanto registro de una literatura que por derecho propio se constituye en Historia Nacional narrada en términos de poética, casi como una suerte de Aleph, ese punto que contiene todos los puntos del universo?

Y: ¿Por qué no proponer que la violencia tal vez sea la matriz presente en esa Historia Nacional, si para ello nos habilita un cierto momento de la crítica literaria del maestro David Viñas, cuando afirma que nuestra tradición narrativa, que para este texto es nuestra Historia/Memoria, parte de El Matadero (escrito entre 1838 y 1840, pero publicado en 1871), un relato en el que los inicios están signado por una violación?

Entonces vemos que distintas formas de violencia anidan en las escrituras que nos hacen a nosotros mismos.

Sin dudas en el Facundo, de Sarmiento, inclasificable pero creador de un idioma, el de los argentinos: Esa locución (…) será, a juicio de muchos, una mera travesura sintáctica, una forzada aproximación de dos voces sin correspondencia objetiva. Algo como decir poesía pura o movimiento continuo o los historiadores más antiguos del porvenir. Un embeleco de que ninguna realidad es sostén. A esa posible observación contestaré luego; básteme señalar que muchos conceptos fueron en su principio meras casualidades verbales y que después el tiempo las confirmó…(Jorge Luis Borges, 1928).

En la crónica perfecta, Una excursión a los indios ranqueles (1870), en la que Lucio V. Mansilla viaja hacia un territorio que pronto será escenario de un exterminio, de un genocidio.

Y más cerca en el tiempo.

En El niño proletario (1973), en el que Osvaldo Lamborghini cuenta desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre

En Evita vive en cada hotel organizado (1975), de Néstor Perlongher. En la delirante violencia de La Guerra de las mariconas (1982), de Raúl Damonte Botana, más conocido por Copi.

En Río de congojas (1981), de Libertad Demitrópulos, donde María Muratore, la mujer que acompañó a Juan de Garay hacia la segunda Fundación tenía el ojo certero de quien apunta y dispara en la refriega.

Podríamos continuar, porque son tantos los que faltan; pero no; pues para un intento de ensayo breve basta. Sólo, sí, finalizar con Operación Masacre (1957).

Porque Rodolfo Walsh acomete con el relato feroz de un crimen que sigue sucediendo, toda vez que la Historia-Memoria-Literatura tiene dos posibilidades, que dependerán de cómo se ofrezcan y revelen en tanto intervenciones políticas: confortables museos o presentes de impiadoso malestar en la cultura; en la cultura de los argentinos, quienes esperamos nuestra reparación, por nuestra persistencia en el ser.

*Víctor Ego Ducrot, periodista, escritor, profesor universitario y director de esta página. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP. En esa casa de estudios tiene a su cargo las cátedras Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática – en la cual integra el Consejo Académico –, y Planificación y Gestión de Medios, de la Maestría en Periodismo.

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