PRENSA

Por Marina Arias*

Hace 50 años, en su departamento porteño de calle Rivadavia al 2300, moría, súbitamente, Leopoldo Marechal. Había nacido en 1900 y tenía 70 años cumplidos el día 11 (todos estos números redondos y maestros resultan al menos inquietantes en un escritor que abrevó en fuentes como el hermetismo, la astrología, el budismo, la alquimia, el hinduismo, y el esoterismo hebraico y cristiano).

La genial obra de Marechal, siempre guiada por esa pregunta central de la literatura “¿para qué estamos en el mundo?” cruza elementos pre-modernos y modernos, y anticipa mucho de lo que después conoceríamos como “posmodernidad”: dialoga tanto con la mitología griega como con el pastiche del final del siglo veinte.

Sus tres novelas son singulares e inclasificables, pero Adán Buenosayres (1948), además, es la gran novela fundacional de las vanguardias argentinas. Epopéyica y bíblica, condensa los grandes mitos de la humanidad y lo hace a través de una trama en la que, con un humorismo grotesco y una prosa barroca, Marechal retrató a mucho del campo literario vernáculo, cosa que, además de su adhesión al peronismo, probablemente haya sido el motivo por el cual la novela fue ignorada o criticada negativamente por casi todos sus contemporáneos, a excepción de Cortázar quien desde París envío una reseña elogiosa de su calidad literaria.

En 1945 Marechal, quien había sido parte del Grupo de Florida nucleado alrededor de la revista Martín Fierro junto a Borges y Güiraldes, había ganado el Premio Municipal y el Nacional de Literatura, y había convivido a fines de los años 20 en Francia con varios de los artistas del Grupo de París, participó activamente de la campaña electoral por Perón, y, aunque ya era funcionario del Ministerio de Educación desde antes, fue con el triunfo que asumió la Dirección General de Cultura, y luego la de Enseñanza Artística.

Eso resultó imperdonable para la intelectualidad hegemónica. Por eso después del golpe del 55, además de que su obra fue proscripta y desterrada tanto de los programas de estudio como de las librerías, los círculos donde se había movido antes le resultaron aún más inhóspitos. Se recluyó entonces con su esposa en el departamento de calle Rivadavia en lo que denominó “un robinsonismo amoroso, literario y metafísico”, y se autodefinió como “el poeta depuesto”.

Recién en 1965 volvió a publicar: su segunda novela, “El banquete de Severo Arcángelo”, en la que imagina a los protagonistas viviendo una distopía huxleiana de satisfacciones materiales sin sentido e intentando organizar una salida. La revista “Primera Plana” publicó entonces una tapa celebratoria, y Marechal recuperó la visibilidad merecida.

La muerte lo sorprendió cinco años más tarde cuando estaba a punto de salir de imprenta “Megafón, o la guerra”, una novela épica, simbólica y burlona que parece anticipar los horrores de la última dictadura cívico-militar. La misma dictadura que se encargaría de ocultar otra vez su figura. Hasta que el retorno de la democracia, y posteriormente la llegada de un gobierno popular, volvió a iluminar el legado de este escritor tan original como imprescindible. Poeta, ensayista, dramaturgo, novelista: la de Marechal es una cosmovisión insoslayable para pensar nuestra realidad nacional y latinoamericana.

*Escritora y profesora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP

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