PRENSA

Por Bianca Racioppe*

Nunca fuí muy aficionada a la música. Escuchaba música, claro; pero sólo recordaba los estribillos de los hits y no podía unir a la obra con sus artistas. Escuchaba la rotación en las radios FM y, de vez en cuando, compraba un casete para grabar. Como ésta era una práctica bastante extendida -grabar de la radio- los locutores y las locutoras repetían el nombre de la emisora en el medio de la canción para evitar que las pirateáramos.

Pero eso era antes de Internet y antes de que el término piratear fuese de uso corriente. Claro que ya se pirateaban cosas, por eso las películas que alquilábamos en los video clubs empezaban con un anuncio que presagiaba que en un futuro cercano serían las mismas videocaseteras las que reconocerían las copias “truchas” (les más jóvenes pueden ver ese anuncio haciendo clic aquí). Es que las grandes industrias culturales siempre le tuvieron temor al compartir, a que los/as/es usuarios/as/es circuláramos los productos de manera doméstica. Controlar la copia y la distribución parecía relativamente fácil en la “era” analógica; pero todo se les complicó cuando empezamos a usar Internet y a conocer programas como el Emule y el Kazaa. Ambos P2P, es decir que permitían descargar archivos alojados en otra computadora que se conectaba usando ese mismo software. Una red de distribución entre pares. Así era Internet en sus inicios.

Estos programas también generaron pequeños emprendimientos comerciales. Ya no íbamos al videoclub, ni esperábamos que la radio pasara la canción, sino que comprábamos películas y música pirateadas en cds (un soporte casi en extinción). Entonces, la industria fue más lejos y ya no nos habló de la mala calidad de las copias truchas, sino que, por medio de un sugerente video que comparaba copiar una película con robar un auto o una cartera, nos trató directamente de criminales. (Clic aquí para ver esa campaña)

Y luego llegó YouTube y empezaron a proliferar los videos, primero domésticos, de aficionados/as/es que compartían el repertorio audiovisual y sonoro como antes compartíamos en los programas P2P. Luego, las discográficas y les músiques empezaron a crear sus canales. Podríamos decir que YouTube inauguró la “era” de las plataformas. Aunque parezca que hablamos de la prehistoria, todo esto ocurrió hace poco más de 20 años, menos incluso si consideramos que muchos de los desarrollos que he mencionado son de inicios de los 2000 (el Emule fue lanzado en 2002 y YouTube a fines de 2005).

La arquitectura de Internet y los modos en que interactuamos con ella y a través de ella se han ido transformando. De esa red distribuida que nos conectaba a las computadoras de pares hemos pasado a una Internet concentrada en unas pocas empresas (Google, Facebook, Amazon) que son las que alcanzan mayores niveles de tránsito. Ya no usamos Emule, sino que pagamos suscripciones a Netflix, a Spotify. Ahora, especialmente en esta época de distanciamiento social y teletrabajo, escucho mucha más música; pero ya no la pirateo en casetes grabados, sino que accedo online (ni siquiera la descargo) conectada a Spotify desde la compu, desde el celu, todo asociado con mi perfil en la nube. Y Spotify me hace recomendaciones  a partir de los algoritmos que catalogan mis gustos. Lo mismo hace Netflix con las películas y series. Piratear es cada vez más complejo porque se han desarrollado softwares que rastrean y dan de baja los contenidos que infringen el Copyright (algo de razón tenía la publicidad del vhs, aunque las videocaseteras ya no existan) Las grandes Industrias culturales respiran tranquilas… por ahora, porque siempre tenemos la posibilidad del hackeo como estrategia de resistencia.

Al mismo tiempo que las rutas digitales y también las físicas (la infraestructura de cables y satélites que permiten la conexión) se concentran, el acceso se extiende y se diversifica. Según datos de 2020 proporcionados por el INDEC, el 82 por ciento de los hogares de Argentina tiene acceso a Internet, pero las desigualdades persisten ya que la mayoría se conecta usando datos de celular y no a través de fibra óptica. Pero incluso así, según la última Encuesta de Consumos Culturales del SInCA, les habitantes de Argentina participamos de actividades culturales, cada vez en mayor porcentaje, a través de Internet: miramos películas, escuchamos música, leemos libros, escribimos blogs, subimos videos y posteos en las redes sociales digitales. Incluso usando las plataformas de las grandes empresas, los/as/es usuarios/as/es de Internet seguimos compartiendo y generando narrativas y estéticas como los memes, los stickers, los gifs, los challenges.

Nuestra manera de estar en el mundo y de participar de nuestra cultura está actualmente estrechamente relacionada a los desarrollos y usos de Internet. Por eso, el 17 de mayo no sólo celebramos la historia de esta Red, sino también nuestras historias personales, cotidianas, domésticas que se entraman en esas arquitecturas. Porque, como sabemos, las tecnologías son constitutivas de nuestra humanidad.

*Docente de esta casa de estudios.

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