docenten escribiendo en el pizarrón

PRENSA

Por Cintia Rogovsky (*)

La pedagogía de la Conquista, no solo no pudo reconocer a las culturas y sociedades americanas, sino que se fundó en un genocidio por la vía de la explotación, la violación, la dominación, la negación de la multiculturalidad, de la diversidad de lenguas, de tradiciones culturales y conocimientos acerca de modos de hacer comunidad, arte, de producir alimentos, de cuidados del ambiente. Desde entonces se instalaron las matrices pedagógicas de una sociedad donde prosperaba la desigualdad social, política, económica, pedagógica, de género. Desigualdad, racismos, desconocimiento de las otredades, desprecio de lo popular, odio.

El proyecto político pedagógico del maestro Simón Rodríguez pensaba la pedagogía latinoamericana como una construcción que debía inventarse desde nuestra América. Así Rodríguez instala algunas preguntas que todavía hoy tienen actualidad: ¿A quién hay que educar? ¿Quién debe hacerlo? ¿Cómo debe financiarse? ¿Para qué educamos? El destino del proyecto de Rodríguez, lo conocemos: despreciado, estigmatizado como “el loco”, su pedagogía de la igualdad, de la promoción de la educación y el trabajo, del reconocimiento de la diversidad, de la necesidad de enseñar para el desarrollo nacional de una patria grande, quedó postergado.

Dándole la espalda al hedor americano y mirando a Europa y a Estados Unidos, el proyecto sarmientino triunfa y se impone en las bases de la construcción nacional de la mano de la generación del 80 y su modelo agroexportador y conservador. Sin embargo, incluso con sus facetas racistas y anti populares, Sarmiento promovió las bases de un sistema educativo público y gratuito como centro estratégico de la construcción de la Nación, que debía financiar el Estado. Unos 70 años después, el peronismo creará las condiciones para la expansión de la educación de adolescentes y jóvenes en el nivel medio, así como la gratuidad universitaria. Reafirma así la inscripción del proyecto político pedagógico en articulación con el desarrollo de una nación industrializada, integrada en América Latina. Un proyecto educativo al servicio del pueblo y la Nación.

De la idea normalista y patriarcal del “sacerdocio” docente -tarea puesta mayoritariamente a cargo de mujeres con salarios reducidos por ser mujeres (“segundas madres”)-, a la idea que propone la Ctera en el nombre con que se crea y define en 1973 de Central de Trabajadoras/es de la Educación, se posibilita no solo el debate sobre el sentido y las condiciones de educar, sino de hacerlo desde una concepción historizada, politizada y situada de la enseñanza. Se ven allí bases para muchas de las luchas y resistencias, sobre todo frente a los avances en la década del 70, de las dictaduras, en el marco del plan Cóndor; del ajuste y privatización en los 90, en el marco del Consenso de Washington; en los 2000, en contexto de un neoliberalismo globalizado y hoy, del capitalismo 4. 0 y la crisis global.

En este escenario de hegemonía neoliberal, surgen nuevos desafíos en la docencia, al concebir a la educación pública como estratégica para profundizar la democracia y repudiar la violencia y cualquier intento magnicida de futuros. Central para la formación ciudadana, para hacer comunidad organizada, para el desarrollo nacional integrado al continente, para promover la ciencia, la tecnología, la innovación, el arte, la cultura, la extensión, la investigación, en el marco de una estrategia de desarrollo nacional con justicia social, democracia, soberanía e igualdad. El gobierno de JxC y la pandemia aceleraron y profundizaron el proceso de mercantilización de la educación, y la instalación de nuevos dispositivos de producción de subjetividades funcionales a este modelo, también en nosotras/es, no estamos afuera ni a salvo. El neoliberalismo es deshumanizante, instrumentalista, banaliza lo político y la política; fragmenta, no permite hacer lazo pedagógico, rompe con la base de la transmisión intergeneracional de saberes.

Recogiendo la tradición reformista del 18 -latinoamericanista, emancipatoria, popular, y también feminista-, no solo incorporamos nuevos saberes tecnológicos, sino que tenemos la oportunidad de hacerlo de manera crítica, sin dejarnos seducir por los cantos de sirena de la tecnocracia corporativa, sino poniendo la tecnología al servicio de nuestra patria y en el marco de los derechos humanos. Recuperar el sentido erotizante del vínculo pedagógico, ese intento, muchas veces fallido pero recurrente, de propiciar el deseo de conocimiento con otras y otros. Estar siendo, al menos unos instantes en cada hora de clase, esas educadoras, esos educadores, que colaboramos a propiciar el deseo de transformar este mundo para construir un futuro menos hostil, menos violento, menos injusto, donde podamos amar, donde podamos crecer, donde podamos ser felices.

(*) Escritora y docente UNLP-Ctera

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