Ex presidente Nestor Kirchner saludando a varias personas

PRENSA

Por Carlos Ciappina (¨*)

“Pensamos el mundo en argentino, desde un modelo propio”. Discurso de asunción a la presidencia (25/05/2003)

Hace doce años, una soleada mañana en que esperábamos a les censistas se transformó repentinamente en un día de consternación y profunda tristeza. Nos llegaba a todes la noticia del fallecimiento de Néstor Kirchner. Con una larga militancia política, Néstor Kirchner – por aquello que “Dios atiende en Buenos Aires”- recién fue conocido para la mayoría de argentinos/as a partir de su llegada a la presidencia luego de la paradójica derrota – que fue, finalmente , victoria- en las elecciones del 2003.

En cuatro años, ese desgarbado y pícaro flaco que asumió la presidencia jugando con el bastón de mando y arrojándose– literalmente- hacia el pueblo reunido en las calles ; transformó la Argentina, y construyó un liderazgo político que volvió casi insoportable la noticia de su fallecimiento.

La Argentina del 25 de mayo de 2003 estaba en una crisis orgánica: treinta años de políticas neoliberales (inauguradas por la última dictadura cívico-militar y continuadas y profundizadas durante toda la década de 1990), habían colapsado al Estado, con políticas económicas diseñadas por el FMI, el Banco Mundial y el BID; con el peso de una deuda externa que había llevado, precisamente, al default más grande de nuestra historia y las variables de la economía planteadas por los “enviados” del FMI, que sólo sabían proponer tres cosas: ajustar, privatizar y tomar más deuda.

Aquel 25 de mayo la tasa de desempleo superaba el 25%; el índice de pobreza era mayor al 60%. Las condiciones de vida de amplios sectores de las clases medias, ni que hablar de los sectores populares, se habían deteriorado hasta el punto de hacer confluir en la ocupación del espacio público y en la lucha a estos actores sociales que tradicionalmente recelaban profundamente uno del otro.

Un sistema político deshecho: la prédica y la práctica neoliberal habían vaciado a la política de todo sentido popular y altruista, mercantilizando la política, razón por la cual amplísimos sectores de la población y en especial de la juventud se despolitizaron y abrazaron aquella consigna para profundizar el desastre: “que se vayan todos” (o sea, que se vaya la política).
Una Nación en donde el ciclo vital inicial del pueblo era la desnutrición, la mortalidad infantil y el desgranamiento escolar; y el ciclo de nuestros mayores -los jubilados/as- estaban privados de sus recursos por la privatización de sus ahorros en manos de las AFJP. Miles de otros/as argentinos huían del país.
Un contexto que propio Néstor Kirchner definió con su claridad acostumbrada: “estábamos en el infierno”.

En esa situación es donde la mayoría del pueblo argentino comienza a conocer a Néstor Carlos Kirchner.
Lejos, muy lejos de considerar la situación como casi imposible, Néstor Kirchner inició un proceso de reconstrucción nacional que tenía un nudo central: la primacía de la política con sentido nacional y popular.
Una política que se construyó anclada en una reconversión y recuperación de los tradicionales principios del peronismo, soberanía económica, independencia política y justicia social, que Néstor Kirchner militó enhebrando un gran frente nacional construido con amplios sectores del propio peronismo (sobre todo el de la militancia setentista, pero también de los peronismos tradicionales provinciales), con el diálogo y la articulación de los nuevos movimientos sociales surgidos en la resistencia al neoliberalismo y actores claves a partir del colapso de 2001; con los sindicatos y organizaciones sindicales , con los organismos de Derechos Humanos (que seguían luchando desde los retrocesos de los años 90 por verdad, memoria y justicia), y con un llamado a la inclusión en ese frente a los partidos que tenían vocación popular aunque no la expresaran desde el peronismo: el radicalismo, el socialismo democrático, el partido comunista y aquellos partidos de izquierdas que quisieran sumarse.

Este armado político trabajoso, con recelos, con idas y vueltas, comenzó a concretizarse cuando el presidente electo fue cumpliendo una a una las promesas de su discurso de asunción, discurso que ha quedado como una pieza única de compromiso con la política y la verdad.

La renovación transparente de la Corte Suprema de Justicia (la vieja y nefasta mayoría automática de lo años 90); el acuerdo de quita de la deuda externa de más del 75% con los acreedores; el acuerdo de pago con el FMI y, por primera vez desde 1956, su exclusión de la toma de decisiones en política económica nacional; la recuperación de las reservas nacionales; el inicio de una profunda reactivación industrial, protegiendo el trabajo y la producción argentina; la derogación de la Ley de Flexibilización Laboral de De la Rúa y la iniciación de paritarias obligatorias para sostener y mejorar el salario; la reactivación del Plan Nuclear y Tecnológico argentino.

Al mismo tiempo, las políticas sociales en sentido amplio (salud, educación, vivienda trabajo) se vieron desplegadas y aun gestionadas junto al Estado por las organizaciones y movimientos sociales, los que por primera vez en décadas veían en el Estado no un enemigo del cual recelar, sino una herramienta para mejorar las condiciones de vida y, por qué no, seguir construyendo políticamente. La política educativa tuvo un vuelco estratégico: por impulso de Néstor Kirchner se sancionó la Ley de Financiamiento educativo, que sancionaba un incremento paulatino del presupuesto educativo hasta llevarlo a casi el 7% en relación con el PBI, el presupuesto más alto de América Latina y de muchos países considerados “desarrollados”. En política universitaria, la transformación no fue menor: el presupuesto de la Universidad Pública que se moría languideciendo por los ajustes se cuadruplicó en cuatro años, alcanzando en 2007 el 1% del total del PBI.

Cada una de estas decisiones y medidas requería de una potente voluntad política y de un incesante diálogo y construcción política, aun con actores sociales y políticos que provenían de otros campos de acción y que recelaron inicialmente de las políticas del nuevo presidente.
El 24 de marzo del año 2004 (a escasos diez meses de asumir en las condiciones que hemos detallado), el presidente Kirchner le pidió perdón a los familiares de las víctimas de la represión ilegal y al pueblo todo en nombre del Estado y prometió allí, frente a una multitud, llevar adelante una política que hiciera realidad la consigna Memoria, Verdad y Justicia.
Después de casi treinta años de políticas de derechos humanos débiles y zigzagueantes, cuando no francamente prodictatoriales, Néstor Kirchner inició una política de enjuiciamiento a los represores, de acompañamiento a los organismos de derechos humanos y a los familiares, que ha hecho de Argentina un ejemplo para el mundo y que sumó a ese gran frente nacional a organismos y familiares que tradicionalmente se mantenían aparte- y con total justificación- de las políticas públicas.

Podríamos seguir con decenas de temas (todos relevantes), como Malvinas, la política internacional antiimperialista, el NO al ALCA, la creación de la UNASUR, el fortalecimiento del MERCOSUR, la alianza estratégica con Lula , Chávez y Evo Morales. Pero todo nos servirá para señalar un hecho central de la figura de Néstor Kirchner: nunca nadie transformó una derrota electoral en un proceso político-social tan contundente, nadie pasó de un segundo puesto en una elección a conformar un frente nacional y popular que llegara cuatro años después al 46% de los votos.

Y si todo eso fue posible, lo fue por el profundo convencimiento que la construcción política debía partir de las convicciones y que todas/os aquellas/os que tenían convicciones comunes podían sumarse al frente común. También, que la construcción política no podía ser sólo una expresión de buenos deseos sino una propuesta para el hacer, para concretar soluciones y acciones. Y allí la militancia adquiere toda su dimensión.

Porque Néstor Kirchner fue toda su vida (y cuando ejercía la presidencia aun más) un militante político.
En todo este relato que lo recuerda, hemos dejado para el final, adrede, uno de los logros más importantes de aquel presidente: Néstor Kirchner incluyó en ese frente nacional a la juventud. Luego de la persecución de la dictadura, de las desazones de los ochenta y de la desmovilización y descreimiento de los 90, los jóvenes vieron y sintieron que la política era un camino para orientar la vida individual y colectiva.

Juventud y militancia, juventud y política, fueron, recobraron, a partir de Néstor Kirchner, toda su dimensión profundamente transformadora. “Que florezcan mil flores” fue su consigna. Por eso hoy – a diez años de su muerte, y con un gobierno nacional que ha recuperado la esperanza – lo recordamos con toda la esperanza de un futuro mejor, porque aquellas “mil flores” se han transformado en millones de voces que siguen alentando la reconstrucción de nuestra Nación para que todas/os quepamos en ella.

(*) Profesor de Historia y vicedecano de FPyCS UNLP

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