PRENSA

Por Juan Alonso*

Anoche me enteré de que la hija de Freud –Anna-, tenía un vínculo estrecho con un psiquiatra judío-austriaco -Peter Neubauer-, quien fue acusado de manipular el psiquismo de trillizos y mellizos idénticos en Estados Unidos entre 1961 y 1980, dándolos en adopción por medio de una institución a familias de clase alta, media y trabajadora, con el presunto fin de estudiarlos como cobayos desde la cuna. Algo que alteró el comportamiento de esos niños para siempre, sus crianzas y su educación. Neubauer realizó un estudio que jamás publicó y que aún formaría parte del archivo de la Universidad de Yale hasta 2066.

Con los años, esos jóvenes se hicieron famosos, manejaron un restaurante en Nueva York, tuvieron amantes, consumieron drogas y se casaron. Y hasta actuaron en cine fugazmente con Madonna. Pero algo falló.

El círculo estirado del tiempo convirtió a uno de ellos en un perfecto suicida y se quitó la vida. Pese a que parecía tan feliz con su sonrisa ancha y su esposa rubia que lo recuerda con ternura, sin que una sola lágrima roce el contorno de sus ojos pintados.

En mi biblioteca repaso los libros sobre las torturas psicológicas de la CIA, el Mossad y el MI6 británico.

El control social por medio de las emociones comenzó en la Guerra Fría y se extiende hasta nuestros días como un azote de los vientos virtuales y las redes sociales (¿o son antisociales?).

El periodismo profesional padece la misma crisis profunda del sistema capitalista que se fractura en su núcleo de acumulación. Sin producción ni consumidores y con 110 mil muertos de Covid-19 y más de 40 millones de desocupados, EE UU es el campo de ensayo de un gueto gigante de hambreados, con la crueldad de un crimen racial de odio en Minneapolis y la consecuencia de manifestaciones ferozmente reprimidas con golpes y balas por la Guardia Nacional en 25 estados. Las palomitas de cornisa son aplastadas en plena calle por los patrulleros azules y los soldados con rifles de asalto.

No se trata de la serie “The Walking Dead”: la realidad es el espejo del profundo sisma sanitario, económico, ambiental y psicológico que sufre el mundo en su ambición monetarista.

La vetusta normalidad de los consumidores consumidos se convirtió por alquimia en la normalización de la muerte cotidiana. Se habla de “perdida de la libertad individual” en un mundo demencial y estallado.

Todo mientras la cuarentena preventiva obligatoria nos aleja del contagio y se nos dice que en la ciudad más rica de la Argentina –Buenos Aires- habrá mil casos de coronavirus por día dentro de tres semanas.

Los canales de televisión opositores agitan las falsas noticias sobre la pandemia –la Infodemia- como la nueva herramienta de manipulación masiva del sentido. Son los herederos del psiquiatra espectral Neubauer vestidos de payasos sanguinarios, que hubiesen sido rechazados por el “Cirque du Soleil” por carecer de equilibrio.

Una de las palabras que surgió con el miedo a la muerte en pesadillas desde la punta de una pala curva, es el hartazgo. También siento hartazgo.

Estoy harto de los profetas del odio. De los empleadores de la industria de la muerte, de los vendedores de pañales para adultos, los propietarios de geriátricos, los que fugaron casi 70 mil millones de dólares en el gobierno anterior tras hacer negocios con la salud, la deuda externa y el saqueo del Estado. También se profundiza mi hartazgo al escuchar a los apologistas de la tristeza social y la angustia, los malos periodistas y la manía entusiasta y comprensible de edulcorar –por desesperación- el clima de fin de época, con música y luz bajo consumo.

Estoy harto de los sacerdotes que dicen cumplir con el Cuarto Mandamiento de Jesús de Nazaret por teléfono y envían a otros curas de civil como pasantes del correo, a dar unciones en el medio de la pandemia en torno de la palabra Moral.

La hipocresía es un árbol venenoso que contagia y enferma como el Covid-19.

Estoy harto de la sarta de idioteces que pronuncia Susana Giménez y de la cursilería de Beatriz Sarlo y Juan José Sebreli. Y estoy harto de los medios que propagan ese fraseo inhumano que nuestros ancestros neandertales hubiesen mejorado con algunas señas guturales, pasándose de mano en mano algo de carne quemada y fruta recolectada para compartir.

Hay más peces en los ríos, mares y lagos, pero menos pescadores. Los pumas bajan de las montañas y se mezclan con los zorros rojizos que contrastan con las nubes violetas del invierno, mientras de la tierra brota el carbón, los girasoles, el trigo, la masa madre que se eleva con las bacterias, y un pozo en el hueco de la nada del universo que se comprime en el puño del esternón.

Tiene que haber una esperanza para el manojo de hijos, hijas, hijes que ven este espectáculo dantesco, donde más de 370 mil muertos hablan entre sí desde fosas comunes en un canal invisible desde Brasil a Estados Unidos hasta Europa.

Después del agua agria y el barro putrefacto vendrá el destino con su ejército de miel, hormigas, mosquitos, gusanos, perros, cerdos para la faena, soja, dinero flamante, estiércol y algo definido como el futuro.

Y eso será la gran hazaña de los piratas de ilusiones.

¿Continuará?

*Periodista y escritor. Premio Rodolfo Walsh 2017 por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.

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