GÉNERO

Por Karina Vitaller*

Hoy se cumplen dos semanas del estreno del tan esperado film, Yo nena, yo princesa. Hace dos semanas familias de niñeces trans, organizaciones de derechos humanos, equipos médicos que vienen acompañando a las familias, instituciones de nivel local comprometidas con los derechos de las niñeces, referentes de distintos espacios, nos abrazábamos conmovidos/as/es en el evento organizado por la delegación del Inadi La Plata con motivo de su lanzamiento, el cual contó con el compromiso del dueño de la cadenas de cines platenses, quien puso a disposición las instalaciones y  entradas gratuitas para el evento.

No era para menos, la historia de la primera niña trans en el mundo que logró a los seis años acceder a un DNI que diera cuenta de su identidad autopercibida, es un hito que marca la historia de la lucha de las identidades disidentes en nuestro país, pero también, es la conquista de las familias conformadas por niñeces trans. Es la historia de Gabriela, de Luana, de su hermano y de su familia, es la historia de una sociedad en la que conviven discursos y prácticas de odio hacia lo que no se presenta como lo “normalmente” válido.

Luana hoy tiene 14 años, y el film dirigido por Federico Palazzo da cuenta de una historia que poco tiene de romántica, más allá de las lágrimas que despierta, es la cruda historia por el derecho a la identidad, del derecho a ser escuchado/a/e, del valor de la expresión de las niñeces. Es un relato que duele, que enoja, que remueve nuestras propias voces pequeñas acalladas frente a las violencias, a las conductas abusivas, al adultocentrismo que muchas veces no escucha, silencia y descalifica.

Yo nena, yo princesa, nos invita, nos enseña, nos interpela a un ejercicio de unas mapaternidades más responsables, más atentas, más sensibles a la escucha de los que las niñeces tienen para enseñarnos. Pero también evidencia el abandono paterno, que no es una práctica común a todas las paternidades, pero sí es bastante frecuente y frente a ello, el abrazo sororo de otras mujeres.

La historia denuncia una sociedad resistente a alojar los cambios, unas instituciones que muchas veces no acompañan estos procesos, por desconocimiento, por prejuicio, por miedo, por odio a lo diferente. Y pone de relieve el largo camino que tenemos como sociedad por delante en desaprender lo aprendido. Por una lado, que las niñeces tienen una voz, un saber y un registro de sí mismas que debe ser escuchado y atendido, por otro, que la identidad no va de la mano de nuestra genitalidad ni de la condición sexual asignada al nacer.

El género, los géneros, no son naturales, no son fijos, ni inmutables. Se van construyendo a lo largo de nuestras existencias, como tampoco el sexo biológico es biológicamente binario. Hace 14 años, se presentaba en los cines la película XXY dirigida por Lucia Puenzo, película que reflejaba la historia de Alex, una adolescente intersexual, ni hombre, ni mujer, ni XX, ni XY: XXY. 

El cine, como otros lenguajes, permite sacar del closet historias que vienen a dar cuenta de otras existencias, nos incomoda y nos recuerda que la normalidad es un eufemismo que solo sirve para adecuarnos a unos moldes prediseñados, en el que tenemos que calzar cueste lo que cueste, pero hay existencias que les duele ese molde, que les oprime, y esa es la historia de Luana y de muchas otras niñeces.

A dos semanas de su estreno, celebramos que más de doce mil personas hayan concurrido a los cines a ver el film y hayan conocido a Isabella G.C la niña trans que interpreta el personaje de Luana. Que Isabella ocupe ese lugar en la película, es una cuota más de politicidad, es una apuesta a integrar no solo a protagonistas que cuenten su propia historia, sino también a poder proyectar futuros diferentes y sin techos de ningún tipo para estas niñeces que vienen a ampliar los horizontes propios y los de todos/as/es nosotros/as/es.

*Karina Vitaller es profesora del Profesorado en Comunicación Social, ex directora de Políticas Contra las Violencias de la Secretaría de Género de la FPyCS y Delegada del Inadi La Plata.

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