DERECHOS HUMANOS

Despedimos con profundo dolor a nuestra querida y entrañable Madre de Plaza de Mayo Sara Laskier de Rus, madre de Daniel, detenido-desaparecido por la última dictadura cívico, militar y eclesiástica el 15 de julio de 1977 en la puerta de la Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEA). Daniel era físico nuclear y trabajaba en la CNEA y pese a la búsqueda incansable de su madre y su padre Bernardo nunca pudieron encontrarlo. No hay testimonios que lo ubiquen en ningún centro clandestino de detención pero Sara sospecha que estuvo en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), ubicada en la vereda de enfrente de la CNEA. Hasta el día de hoy Daniel es parte de la lista de nuestres 30 mil desaparecidas/es/os.

Schjne María (Sara) Laskier de Rus nació en 1927 en Lodz, Polonia. Fue una niña rebelde y eso le salvó la vida a ella y a su madre. A los 12 años, cuando llegaron los nazis, ella iba a la escuela y estudiaba violín. Había mucha discriminación contra les judies aunque Sara no entendiera mucho de qué se trataba. Con el correr del tiempo empezó a comprender. “Un día aparecieron los alemanes en casa. Cuando entran, con esa prepotencia, ven mi violín sobre la mesa. Uno pregunta ‘¿acá quién toca el violín?’. Mi madre, toda orgullosa, dice ‘mi hija está aprendiendo’. ‘Ah, ¿Te gusta el violín?’, dice y con una fuerza terrible lo revienta en la mesa”.

Con el tiempo tuvieron que dejar su casa e instalarse en una pieza del gueto en Polonia. Empezaron las “selecciones” y a Sara la enviaron a una fábrica de sombreros. Ya con 14 años y con su madre Carola enferma y débil se llevaba trabajo a su casa, preparaba una producción extra y la entregaba en nombre de su madre para que no le quitaran la carta de alimentación.

“Mi madre en el año ’40 tuvo un bebé, un nene. Ella estaba muy enferma. Tenía tifus, prácticamente no tenía leche para alimentar al nene. Había hospitales pero con muy pocos recursos. Yo, como una hermanita todavía chiquita, iba a la madrugada a la lechería donde repartían un poquito de leche a la gente que tenía bebés, tenían que presentar un papel. A mí no me consideraron, me ponía en la fila y me echaban, no podía conseguir… El nene vivió tres o cuatro meses y lo más terrible, que mi madre un tiempo largo no se enteró por qué mi padre y yo íbamos al hospital. Casi al año quedó otra vez embarazada, tuvo otro varoncito, que fue liquidado al nacer”.

Pero ante tanta discriminación, violencia, muerte y dolor también hubo una historia de amor. Antes de que se la llevaran al campo de concentración de Auschwitz, junto a su padre Jacobo y su madre, conoció a Bernardo Rus, padre de Daniel. “Estábamos enamorados. Yo tenía una libretita en la que él me anotó que si algún día sobrevivimos, el 5 del 5 del ’45 nos vamos a encontrar en el edificio Kavanagh de Buenos Aires. El sabía que yo tenía familia en Argentina, se hablaba de eso en mi casa y él leía mucho sobre Argentina”. Pero antes de esa fecha Sara y sus padres tuvieron que dejar el gueto. En Auschwitz fue la última vez que vio a su padre.

Después de varias “selecciones”, fueron trasladadas junto a su madre a una fábrica de aviones en Alemania. El 5 del 5 del 45 fueron liberadas cuando llegaron al campo de concentración de Mauthausen, en Austria. Esa fecha quedó en su mente pero ella no sabía nada de Bernardo y ni él nada sobre ella. En Mauthausen Sara recibió una carta. Bernardo la estaba buscando. Y ella fue a verlo. No fue en el Kavanagh, pero no importó. Se casaron y buscaron trabajo. Sara se incorporó a una compañía de teatro.

Finalmente llegaron a Argentina después de un viaje accidentado a Paraguay y el ingreso ilegal a nuestro país. Había que empezar de cero. Bernardo se inició en el oficio de anudador textil y, asegura Sara que llegó a ser el mejor de Villa Lynch. Daniel nació el 24 de julio de 1950. Y cinco años después llegó Natalia: “El de Daniel fue un embarazo complicado porque era un cuerpo complicado. Pero resistí. Era un chico hermoso y desde chiquito fue brillante en todo: en el colegio, se recibió de lo que él quería, fue físico nuclear.

Sara fue un ejemplo de perseverancia y lucha permanente ante tanta muerte y dolor. Un ejemplo de sobreponerse ante tanta injusticia. Un ejemplo para transformar ese dolor en fuerza para no olvidar. “Hago lo que hice toda mi vida, lucho por no olvidar. Para que los nazis de Alemania y los que estuvieron acá nunca más tengan la fuerza que tuvieron”. “Yo tengo mis recuerdos bien adentro. Si todavía puedo pensar, puedo contar, y mientras pueda contar, lo voy a seguir haciendo”.

Abrazamos con el alma a Sara, a las Madres de Plaza de Mayo, a sus familiares y a todas/es/os aquellas/es/os que seguimos en la lucha por una Patria Libre, Justa y Soberana.

30 mil compañeras/es/os Presentes. Ahora y Siempre!!!!!

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